07 diciembre 2008

Sin tanto pedo aquí va un cuento (Marri, thanks for the tip´s)

La con / secuencia de un asalto
Néstor Adame Santos
“Esto no es una ciudad
porque aquí el perro y la
zorra son los inspectores.”
Proverbio sumerio.

Doña Cleta acababa de dejar las puertas de abiertas, para que se pudiera colar el aire y así la ropa que estaba lavando quedara totalmente seca. La señora era la portera de esa antigua vecindad, en la que no pasaban cosas mayores; hasta esa mañana, cuando vio a aquellos dos hombres entrar a toda prisa a la vecindad. Uno de ellos llevaba su camisa manchada de sangre que le brotaba de alguna herida superior, el otro le ayudaba a mantenerse en pie y también era victima de las abundantes manchas rojas que su compinche le había dejado. Los dos ya estaban en el zaguán del vecindario y sin pedir permiso, fueron al lavadero que momentos antes ocupaba doña Cleta ―quien se había quedado inmóvil por la intromisión de estos tipos. Uno nunca sabe qué es lo que la sangre traiga consigo― se limpiaban las manchas de sangre que les quedaba por todo el cuerpo. Los sospechosos empezaron a recriminarse algunos detalles que no habían resuelto.
―“Sí, agüevo, no hay pedo, compadre, mi amigo el poli está arreglado.” ¡Verdad cabrón! Puro pinche pedo el tuyo, ¿No que no nos iba a pasar nada? ¿Eh? Todos estos años y nunca has aprendió a amarrar un buen atraco. No vales madre, maestro, ya ves cómo me jodieron.
―No, no me vengas a chingar, todo estaba arreglado, tú mismo lo viste, nomás que siempre te quieres lucir y hacer pendejadas que no están planeadas. Por eso nos chingaron. Por eso te pasó lo que te pasó, por fantoche.
―¿Y ahora qué? ¿Pá dónde arrancamos? Yo necesito que me vea un doctor, no puedo ir tan lejos con este agujerote que tengo.
―Sí, tú, ¿Y que nos tuerzan los negros cuando te vea el doctor? ¿Qué te empiecen a preguntar hasta el nombre de tu perro? ¿Qué te saquen toda la sopa y me des en la madre a mí? ¿Qué me metan otra vez al bote? No, cabrón, eso sí que no. Ahora se aguanta, por pendejo. Ahorita te hago un amarre en ese cariñito que te hicieron, nos repartimos la ganancia y fuga. Era como habíamos quedado, ¿qué no?
―No seas hijo de la chingada, Brujo… yo tengo que…
―¡Ni madres, cabrón, ya te dije! ¡Te aguantas y punto! Aparte, tú fuiste el que empezó todo el desmadre.
―No es cierto, qué no te diste cuenta que tu “amigo” el pinche chota, aventó el primer plomazo, yo lo que hice fue de pura inercia.
―Pero, cabrón, ya te había dicho que ese no era el plan, el poli estaba de nuestro lado, el fuscaso fue parte del show, como tú dijiste, no tenías que armarla de pedo, era las señal para correr. Y ahora ya son dos pedos: uno el atraco y el otro el José, ojala y no se lo haya cargado el payaso. Por eso ni madre que voy al hospital.
―¿Sí eso lo que te duele verdad, cabrón? El puto del José.
―Ya no sigas chingando y a ver, déjame te veo la herida.

―Mira mi Brujo, lo que me encontré. Un revolver calibre 36, me lo van a prestar, pá la misión y aparte anda cargada de plomo pá quien nos quiera dar guerra.
―No hace falta una madre de esas. Ya te dije que no la vamos a usar. Ni mucho menos nos van a dar guerra, siempre quieres hacer tus pendejadas. Acuérdate que yo me encargo de todo, tú nomás vas de bulto.
―No, tampoco mames, sin mí no te aventarías el trabajo, si fui yo el que te trajo nuevamente a las andadas, ¿Qué no te acuerdas, compi?
Oscar era el encargado de la utilería en todos los trabajos que hacía con el Brujo, aunque las herramientas para su trabajo no eran más que: pasamontañas, guantes, mochilas, chaquetas negras, navajas multiusos y esta vez había dado el su mayor paso, adquirió una pistola. Mientras el viejo Brujo, era el ex convicto que trazaba los asuntos y planes de los trabajos. Él decía: “Mira a esa señora hablando por celular, no le dio limosna a la viejita, se ve que tiene lana, pero se ve que es cabrona, a ella no. Ahora checa a la doña aquella, no se ve que traiga mucho dinero en su bolsa, pero se me hace que no la hace de pedo. ¡Sobres de ella!” Él elegía los trabajos y los trabajados.
Pero esta vez el Brujo había sido más exigente, y no era para menos, ya que los dos compañeros habían tenido una buena racha asaltando transeúntes, ancianos, empacadores y una que otra tienda nocturna. Adquiriendo en todo esto un botín un tanto miserable. Eran buenos en su labor, pero les hacía falta presas con más solvencia económica.

―Ya estoy hasta la madre de andar asaltando cerillos, Brujo, ¿tú, no?
―Sí, esos pinches lepes no son buen negocio. Traigo una trampa desde un rato atrás, pero no sé si se haga. Tengo que checarlo bien con un contacto que ando trabajando
―¿Y, qué es, tú?
―Después te digo. Vamos a darnos una vuelta por “El Chamacas.”
―¿Por “El Chamacas”? Que fea maña la tuya de ir ahí.
Los territorios que frecuentaban esta pareja, eran lugares coherentes a sus costumbres. Visitaban cantinas de mala facha, prostíbulos que parecían arenas de box, salones de baile tropical y uno que otro bar de travestis. Fue precisamente en un bar como tal que el Brujo conoció a una excéntrica persona llamado Jeisy, quien por las noches era una despampanante pelirroja con piernas torneadas y cara de prostituta vieja. Pero en el día era José, un mal encarado guardia de seguridad de una prestigiosa joyería que se ubicaba en el centro comercial sur de la ciudad.
―¿Entonces qué onda, chula? ¿Cómo ves lo que te dije? Por la lana no te apures, vamos por partes iguales―Le dijo el Brujo al travesti que acompañaba a los dos futuros asaltantes en una mesa del bar.
―Es un buen plan, pero yo no tengo nada qué ver con el guardia de la entrada principal. Mejor por qué no entrar al centro comercial, se hacen pendejos un rato por ahí, van al baño y yo, Brujito, te mando un mensaje cuando el guardia de la entrada se descuide. Siempre deja el puesto un rato, no sé a qué horas ni cómo pero siempre se distrae.
―¿Y por qué no lo invitas a que te venga a ver acá, le das unos mamelucos, como al Brujo, y lo convences de que no se de chanza? ―Dijo Oscar en un tono sarcástico, ya que él siempre se mostraba molesto cada vez que frecuentaban el lugar.
―¿Está celosa tu muñeca, Brujo? ―Mencionó Jeisy quien tenía más habilidad y fuerza que Oscar.
―Tranquilos los dos, cabrones. Vamos a trabajar juntos y no quiero pedos. Bueno, como tú dices me parece, entonces, ¿estamos de acuerdo que así sea?
Oscar interrumpió: ―Solamente un detalle no me queda muy claro. ¿Qué no se verá muy actuado que entremos a la joyería, le damos un cachazo en la cabeza a la reina, después se va a donde le gusta, al suelo. En eso yo amenazó a la gente con la pistola, y tu Brujo recoges la mercancía. Salimos del lugar, sin pedo y se acabó? ¿Qué no se ve muy fácil?
―Pues así es como lo planee, Oscar, fácil.
―Pero, si a la dama aquí presente, le proporcionan su equipo de defensa, ¿Por qué no defenderse? ¿Por qué no abrir fuego?

―¡Esto es un pinche asalto, culeros. Todos al suelo, al primero que se quiera pasar de tostado me lo chingo. Al suelo marrana, tírate al suelo y deja de estar berreando! ―Oscar gritaba y se desenvolvía con una claridad tan nata en todo lo que estaba haciendo. Amenazaba a las personas, golpeaba algunas, les gritaba con violencia, la cual había quedado demostrada momentos antes con el cachazo en la cabeza que le había propinado a José, ―¡Chinga tu madre, maricón!― quien fingía estar inconsciente, pero en verdad sí se dolía del golpe. El Brujo quebraba las vitrinas de la joyería con un tubo y mezclaba los metales con el vidrio, ya que todo esto iba a parar a una enorme mochila que traía consigo. No dejó ningún aparador sin quebrar, y cuándo no le cupo más a su maleta, poco a poco se acercaba a su compañero, para dejar el lugar.

Cuando los policías observaron los videos que fueron captados por la cámara de seguridad del local, sólo pudieron detectar a dos tipos vestidos de negros con pasamontañas del mismo color. En el video se observaba cómo los ladrones amedrentaban a los clientes y empleados que se cruzaban por su camino. Después de 44 segundos que fue lo que transcurrió el atraco, los asaltantes se acercaban lentamente a la puerta de salida, pero fue en ese momento que el guardia, vuelve en sí, saca su pistola y dispara dos veces hacia adelante. La casualidad fue que sólo un disparo alcanzó su cometido y otro salió a la nada, debido a la cercanía con la que se encontraban ―Policía y ladrones― no daba ángulo para poder preparar un nuevo disparo. El ratero que traía consigo la pistola sí pudo dispararle al guardián quien se encontraba recostado en el suelo. El impacto fue tan consistente que dejó desangrándose hasta la muerte al guardia. Lo último que se pudo observar en el video fueron a los secuaces escapando, mal heridos, del lugar.

Doña Cleta había preparado vendas y gasas, para que cubrieran la herida de Oscar, la cual había sido lavada y desinfectada. Oscar seguía perdiendo sangre, pero lo reconfortó ver el alcohol y las vendas que doña Cleta les proporcionó.
―Andeles, muchachos, ya llegó su taxi.
―Muchas gracias por todo, Cleta. Usted no vio nada y no sabe nada. Adiós. ―El Brujo abrió su mochila y le entregó un par de metales a la señora que se mostraba fascinada por el regalo.― Una última cosa, no se ponga nada ni venda nada dentro de un rato, ya que pase un tiempo lo hace, pero mientras no.
Oscar se despidió con una breve mueca y ayudado por su amigo, salieron de la vecindad, subieron al carro e irían a tomarse unas merecidas vacaciones.

15 octubre 2008

Continuamos en la lucha

En el quersoneso de los Ripios existió en estos últimos meses, lo que le ocurre a toda comunidad que es contaminada con los suvenires de la civilización. En la península ocurrieron: rebeliones, golpes de agujeros, persecuciones, exiliados, sublevados, fugas de cerebros, asesinatos, violaciones y mutilaciones. Las cosas no mejoran, pero tampoco están como hace tiempo, es por eso la ausencia de Ripios que nos narraran sus experiencias. Antes de su fuga a otro agujero, un Ripio sacó de sus Archivos Expiatorios esta historia que les comunico. Mensaje: el formato del blog sigue su curso, historia que lean, historia que desechan. Voy de vuelta a la caverna. Seguiremos informando.


De los Archivos Expiatorios


(Sin recuerdos)


La figura de ese señor era desgarbada, lo hacía ver más sucio aquella lluvia incesante que le caía. Con esas botas y su ropa, parecía un mercante más del muelle uno en el que se encontraba esperando. Su barba crecida y su aspecto iracundo eran los de una persona a la que le han asesinado una vida que estaba resguardada por: una mujer hogareña, la cual fue mancillada con una soga letal que perforó la integridad de su cuello, sin haber dejado rastro de quién hubiera sido el malhechor, para después terminar en el lago del mismo muelle en el que su esposo, en estos momentos, estaba bajo la lluvia. El asesinato había ocurrido hace ya dos meses. En un miércoles 22, a las 22 horas.
Al mes siguiente, sin haber curado la pena y sin que las autoridades hubieran percibido algún indicio, el hijo preescolar y único de este señor, le siguió los pasos a su madre. Según las averiguaciones, también había sido arrojado al muelle uno y fue victima de una sutil soga. La fecha: un sábado 22 a las 22 horas.
Era lunes 22, del tercer mes desde que la mujer del desgarbado había muerto. Miró su reloj, la hora: las 21:30. Después que los protocolos forenses continuaban, él decidió hacer sus propias conclusiones, con lo simple del asunto, él sería el próximo en la lista del asesino, pero, ¿Por qué su familia y ahora él? Dios sabe, habiendo tanto demente en este mundo el desgarbado era un caso más del infortunio del azar. Según sus cálculos él en media hora iba a morir. ¿Con qué instrumento? con una soga ¿Su cuerpo?, sería arrojado al lago. Pero él quería cambiar su historia, quería venganza. Sin ya nada más qué perder estaba preparado para recibir al asesino y mutilarlo con toda el rencor que se había embrionado en sus entrañas. No se pudo aguantar las ganas y gritó al aire.
―Ven por mí, cumple con tu cometido, termina con tu demente tarea.
El reloj transcurrió. Las 22:45, el desgarbado estaba alerta. En eso, una silueta se acercaba a él, desde lo profundo de la neblina una figura abultada se aproximaba al desgarbado. Aquí viene el maldito. Es muy grande, por eso Erika y Julián no pudieron hacer nada. El desgarbado seguía de pie en el muelle, y decidió terminar su cometido. Llevó su mano a su gabardina para sacar una bereta 9mm que tenía preparada para encañonar al asesino quien se acercaba poco a poco hacia el muelle, no se observaba el rostro, pero sí se veía que arrastraba una pesada cadena. Es demasiado tonto para acercarse de ese modo. Ya vi su instrumento, pero si ahora ha decidió hacerlo con una cadena.
El desgarbado no pudo contenerse más y volvió a gritar: ―¡Hijo de perra, me has arruinado la vida, ahora te voy a mandar al infierno!― Cuando su mano estuvo en la bolsa de su saco y buscaba el mango de la pistola, no sintió nada, buscaba con suma excitación en todos sus bolsos y no encontró el arma, lo que sí palpó fue un pedazo rasposo. Rápidamente sacó esa soga que estaba teñida con vestigios de sangre seca.
―Amigo, ¿le puedo ayudar en algo? ―dijo el gordo que se acercó al desgarbado, quien seguía viendo la soga y la llevó a su nariz.
―¿Amigo, se encuentra bien?... Es peligroso que ande por aquí.
El desgarbado miró al robusto y no dijo nada. Seguía anonadado, fue entonces cuando recordó todo. Él era otro en ese momento, era un ser múltiple, tenía dos o más facetas de vida, y cometía crímenes tan perfectos en ese estado de inconsciencia que apenas los estaba descubriendo. Por fin comprendía varias cosas, pero en ese silencio, alcanzó a secar dos lágrimas sordas que empezaban a brotarle y colocó la soga en su cuello, le hizo un severo amarre que lo cerró la entrada al aire, siguió ahorcándose hasta que cesaron sus fuerzas. Cuando el gordo decidió auxiliarlo, el desgarbado tenía que terminar con su demente tarea que se había propuesto, aunque ahora se encontraba en estado consiente, de otra manera no hubiera podido arrojarse a las profundidades de ese lago de muerte.

09 julio 2008

La Atlántida, cantada por King Crimson

Como bien hemos oído hablar de esta mítica isla, siempre queda esa duda de saber si existió en verdad o no. Pero como ya ha ocurrido con otros ejemplos que la literatura se encarga de llevar a la realidad hechos o lugares que tanto nos hablan de su existencia que no sabemos si en verdad existen, existieron, pasan o pasaron. Como el centro de la tierra que Verne mencionaba en sus obras o todas las galaxias que Asimov nos hacía creer que estaban ahí, en el altiplano del universo. Pero en cuanto a la Atlántida, es el filósofo Platón quien en sus diálogos de Timeo y el Critias, el primero que menciona la existencia de la isla, posteriormente otros autores hablarían de ella, tanto que llegó a la memoria colectiva y la creó en todo más que un mito.

Es por eso que aquí en este video de otro mito de banda, King Crimson, nos muestran un recorrido por los lugares que ostentaron a esta isla. Esta banda, que son para mi gusto, los maestros del genero progresivo nos presentan en esta pieza memorable “Court of the Crimson King” que no es precisamente el video original de la canción, pero las imágenes que aparecen en el clip, nos dan un recorrido demasiado gráfico por esta isla de la duda.

Disfruten el video.



Gracias al Rey que nos enseñó a imaginar por medio de la lectura


Para muchos este texto fue el primero que nos adentró en al magno mundo de la imaginación a través de la vista, texto que en aquellos tiempos empezamos leyendo obligadamente y conforme avanzaba la lectura, más nos íbamos enamorando de ese pequeñito, pero majestuoso libro.

Lo que nos hace reflexionar, es que a estas alturas, es demasiado triste ver cómo, muchos de los que en nuestra niñez leímos esta obra, hemos traicionado, inevitablemente, la filosofía principal del Principito. No porque hayamos querido, sino más bien porque con el paso de los años hemos crecido y por ende, hemos visto las cosas de otro modo, más analítico, más materialista, más solemne, más ingrato y sin lugar a dudas, más apresurado por nuestro devenir.

Y esto es nada más y nada menos, lo opuesto que observamos en El Principito, ya que en el libro la mayoría de los seres humanos al convertirse en adultos se transforman en seres detestables y estúpidos, y eso es, en ocasiones en lo que muchos de nosotros nos hemos ido convertido, todo gracias al impostergable devenir de nuestro ser.

Así que los invito para que en este mes que se conmemora un año más de la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, el mismo Rey del Asteroide B612, y quien fuera padre del Principito; para volver a sumergirnos en ese universo que nos dejó plantado en su más célebre obra. Como también es muy buen motivo para volver a sentir en nuestra imaginación a ese niño que se nos oculta en los laberintos de la memoria y que por momentos se nos olvida que un día ese niño existió y vivía en este cuerpo y tomaba las decisiones por nosotros, parecía que también él hacía las cosas mejor que las hacemos nosotros hoy.


*Semblanza del autor:

Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, fue un aviador y literato francés que sólo vivió escasos 44 años. Nació en Lyon, en 1900 y falleció en 1944.
En realidad, nunca se supo que ocurrió con él. Saint-Exupéry desapareció para siempre en una misión de reconocimiento, cuando sobrevolaba la Francia ocupada por los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Saint-Exupéry comenzó escribiendo en prosa lírica vivencias de carácter novelesco y, posteriormente, continuó con diarios, informes y cartas.

Sus textos son consecuencia de reflexiones profundas de índole humanista y de crítica a la cultura. Entre sus novelas sobresalen Vuelo nocturno y El correo del sur. Pero su obra más famosa y por la que ha trascendido es El Principito, un cuento largo que en formato de libro ha batido récords de venta en el mundo y en todos los idiomas desde 1943, año en que se publicó por primera vez en francés. El Principito es su obra cúlmine. En sus páginas se evocan -de manera sencilla y clara- los valores más arraigados y esenciales del humanismo, donde quedan de manifiesto la solidaridad, bondad, entereza, tenacidad, compañerismo y entusiasmo por el conocimiento. El libro es un símbolo de búsqueda permanente del hombre, de aquellos principios que enriquecen el espíritu y que traen paz infinita al alma.



08 julio 2008

Saliendo de los agujeros a respirar un poco debido a la risa.

Estábamos un Ripio demasiado peculiar y yo sentados al borde de un agujero, y él empezó a contarme algunas de sus historias. Después se atrevió a contarme un pequeño chiste que en ese momento acababa de inventar. Yo después de haberlo oído, salí disparado de la risa hacia el exterior. Es por eso que estoy aquí y aprovechando que ando por acá, se los contaré.


Resulta, que eran dos moscas que paseaban por la ciudad en busca de alimento, bajaron un poco su vuelo y percibieron que cerca de unos departamentos había un depósito de basura, un buen lugar para encontrar algo ―pensaron―. Cuando iban bajando y estaban por introducirse a un bote de basura, una mosca encontró su alimento favorito tirado a un lado él.

―Mira lo que está allá más abajo, ¡Nuestro platillo favorito. ―Dijo el bicho a su amigo.

Ese platillo favorito era un excremento de perro que estaba recién salido del horno. Las dos moscas se postraron en ese suculento manjar y empezaron a comer desesperadamente, ya que el hambre que habían albergado era demasiado atroz. Y en ese preciso momento una mosca levanta ligeramente una frágil patita y suelta una flatulencia, esto fue motivo para que su compañero le dijese:

―¡No chingues culera, no seas marrana, estamos comiendo!

Es por ese motivo que salí, ahora, regreso nuevamente al agujero.


27 junio 2008

El Ripio silente de vista

En las oscuridades de los agujeros es difícil encontrar un señuelo de luz, pero cuando se cierra la pupila, ocurre algo diferente. Las manchas que penetran en los ojos nos atraen vestigios y figuras de colores, que nospermiten imaginar con el mundo visible. Es lo único, es la posibilidad de luz que podemos tener. Así que un Ripio silente de vista llegó hasta aquí y nos relató su experiencia. Como todos ya lo saben, desechen inmediatamente este texto. También a este Ripio que les habla y a quien nos narra su historia.
Entonces, cuando vuela a salir otro Ripio, les traeré su historia. Nos vemos. Vuelvo al agujero.



Oscilación



¿Ves? Ves ese cuchillo que pasa suave por tu epidermis,
hay luz todavía en esta cerrazón de cielos. Como la vida
de un silbido que nace y muere rápidamente,
así se apagó la última vela.

Ya puede correr libre la sangre, al fin se enlutó la llama.

En este nistagmo de la noche, en esas noches tan longevas que me atacan; esas son quien le prohíben a mi tacto tocar lo que toco, le dan una oscilación a mi sentido;
porque si siento el vidrio, no es, son dientecillos de peces,
porque si siento el fuego, no es, es un labio que traiciona,
porque si siento un rostro, no es, es otra especie de mentira.
No toco lo que toco.
Pero siento lo que lloro.

No hay razón para entender esto, no la hay,
es como ese cambio en los ojos, que marean en los sueños

El perro tocó fuerte en mi puerta, yo le abrí dejándole pasar, él platicaba conmigo algo que había quedado pendiente en su visita anterior; díjome también que estaba más temprano que de costumbre porque así lo habíamos acordado. —pronto—, me dijo, toma el cuchillo y quítate la piel y echémosla a las brasas, porque él no veía otra cosa que pudiéramos comer. Lo hice.
Por supuesto, el perro seguía en sus dos extremidades.

Definitivamente no existe razón en esto.

Ya estando, en el bullicio de una cantina,
tomé un sorbo de alcohol y mi cuerpo pesó diez otros más, cayó despedazando el pavimento, solo una neurona perdí; y tu madre de buena figura, no la otra, seguía dejando que yo le agasajara sus piernas y muslos con mis manos que tenían restos de lardos, ese que se nos queda en las orillas de los dedos, todo delante de ti niña aún, que mueves furiosa tu globo de cabeza calavera, y te la pasas blasfemándole al suelo por no dejar que caigas más allá de él.

Si le pudiera encontrar un sentido a esto, dime cuál es.

Uno se mueve tan lento aquí, no es mucho tiempo en que el eco de agua que mueve es inmenso, no le veo el fin a esto. ¡No! otra vez me encuentro en el mar, en donde es preciso tener la pupila en el borde del agua; una mitad de ojo mirando abajo del inmenso piélago y la restante dejarla para que el aire la juzgue; y así uno ya es libre de elegir en que lado quiere vivir. Se ve también a ese ejercito de hormigas que vinieron a suplir a los peces por todo el fondo, hormigas de agua, millones de ellas, entonces, ya no será pesca a la que nos metamos al mar en esas noches calurosas, y ahora, ¿cómo se llamará?

Ya no debería pedir un sentido a esto porque no lo hay, pero tengo esperanza, cuál, cuál es.

Y la pupila se dilata cada vez más rápido, y el sueño se demora cada vez más, pero creo que ya. Sí,
aquí lo veo venir, es él, espero que mejore
mis visiones, si es, es el manto del sueño, por fin.
Pronto, a duras penas se llegó
la hora de dormir y no
creo que el sueño me
venga a presentar
cosas peores,
y espero que
el sueño sea
mejor
que
esto,
mejor
que
esto.

Mejor
que
aquello.

18 junio 2008

Este es el segundo Ripio que encontró la salida del agujero. Y también salió.

Después de haber inagurado este lugar, era de esperarse la salida de los siguientes Ripios, y esta historia la narra uno de ellos. Esperamos, él y yo, que esta historia no les sirva de nada. Y que hagan lo mismo que él y que yo. Deséchenla.




Como ocurre en los periódicos

“Los hombres ofenden antes al
que aman que al que temen"
Maquiavelo

1

―Voy por una cheve, ¿quién quiere otra? ―preguntó el Caló a sus compañeros que estaban discutiendo.
―Es que ustedes, son semejantes a las cucarachas, nomás que de color amarillo. Donde sea que llegue el pinche América a jugar, salen todos despavoridos como eso, cucarachas en la cocina a las cuatro de la mañana. Te preguntas: ¿de dónde saldrá tanto cabrón, bueno para nada?
―Pues, pá que veas hijo, somos unos chingones, la afición más fiel de México, para el mejor equipo de México.
―¿Qué si quieren otra cheve, inservibles? ―volvió a reponer el Caló. Los otros dos siguieron discutiendo sin hacerle caso. De todos modos él se las llevaría. Cuando el Caló se encontró en la cocina prendió la luz y vio cómo corrían las cucarachas por la mesa. Se acordó que en su casa pasaba lo mismo, aunque aquí y en su casa no eran amarillas, pero igual de repugnantes. En su casa. Se le había venido a la mente que su esposa le permitió salir con sus amigos con dos condiciones. Una: que no fuera a la zona de tolerancia, y la otra, no llegar después de las tres de la madrugada. Se fijó en el reloj del microondas y marcaba las dos. Solamente le quedaba media hora, ya que se llevababa otra media en llegar. Pero si decía esto, ellos iban a dejar de discutir de fútbol y empezarían a decirle que era un homosexual, que siempre le hacía caso a su vieja, que la dejara, que nomás le pasara el chivo de la niña, que él estaba chavo y debería de andar todavía de verguero. Y él finalizaría diciéndoles: “¿Si verdad? Bueno, pos ni pedo, nos vemos al rato”, y se iría a su casa. Caló conocía a sus camaradas y no quería nuevamente el mismo sermón de siempre. Así es que regresó de la cocina con las cervezas y sin decir nada.
―Véngase pinche Caló, vamos agarrar el pedo toda la noche. Nomás no se nos raje. Y, este… échame un cigarrito ¿no? ―le dijo el amigo americanista al Caló quien sacó de su bolsillo la cajetilla de cigarros y los puso en la mesa de centro que se encontraba llena de envases vacíos.
Por un momento los tres: cantaron, discutieron, se estrujaron, rieron, se insultaron, se les cayeron los envases, se quemaron con las colillas de los cigarros. Volvieron a cantar. Uno de ellos, se cayó sobre una maseta, otro fue a recogerlo y también cayó al suelo. Caló se volvió a reír, los otros dos también. Fueron por más cervezas a la cocina: “Ya nomás quedan dos cheves, ¡cómo toman cabrones! ¡Vamos a comprar más!”. Fueron en busca de más cerveza. Se subieron al carro del Caló y salieron en busca de cerveza clandestina. Seguían cantando arriba del carro. Ya abordo, Caló, veía el reloj de su carro: eran las 2:47. Los otros dos venían cantando: “Hablando de mujeres y traiciones, se fueron consumiendo… se consumieron… las botellas”, pero Caló, seguía mirando el reloj. Calló por un rato.
2

Y que se oigan esos aplausos caballeros, para darle la bienvenida a esta hermosa nena, ella es: Karmina, y nos baila, así… ¡Aaay güey!.. Y recuerden compañeros, separen su privadito rápido, rápido, que la noche se nos acaba.
Cuando la mujer subió al escenario, un señor de apariencia tranquila le sobó las nalgas sin pedirle permiso a la dueña de ellas. La mujer se molestó y le lanzó varios insultos. El señor de igual modo la atacó con palabras, cuando el señor se incorporó de su asiento, un enorme negro estaba a un lado de él y colocándole la mano en el hombro lo invitó a sentarse obligadamente. El señor observó aquel hombre con apariencia de usurero africano, y no hizo más, volvió tranquilamente a su silla. La mujer se burló, le hizo un guiño a su guardián y empezó con su espectáculo.

3

―“Eh, ¿y cómo se llama tu pinche perro?”... “Negro” y luego el pinche Cofi empieza a ladrar, después el güey le dice: “Ya cállate pinche negro.”
―No, pero está más mamón cuando le dice el gordo: “éntrale chivito, no te rajes,” y luego el Murray dice: “el señor me dice que usted es muy bueno.” El pinche chivo se le queda viendo y le dice…
―Ah sí… que se está chingando una torta.
―…sí, si, ándale, y le dice: “¿bueno? Bueno para qué.”
―¡No mames!, nombre, mis respetos para esa película, es la mejor película de todos los tiempos, me cae. ―el Caló siempre exageraba cuando le gustaba mucho algo, a ese algo le ponía adjetivos que en veces parecían muy absurdos, como por ejemplo: “¡Y!, esa es la canción más chida de todo el universo”, “¡Nombre! esta cerveza es la más helada que he probado”, “¡Íjoles! esa vieja tiene las nalgas más grandes del mundo” y ahora decía que la película Amores Perros era la mejor de todos los tiempos, pero más bien eso lo hacía cuando empezaba a ponerse ebrio.
Ya del reloj ni se acordó, y eso que marcaba las cuatro y siete de la madrugada. Los tres seguían discutiendo de todo: películas, música, trabajo, de su niñez, de las novias que habían traído, de una que otra que compartieron. De los amigos que los traicionaron, de con quiénes se habían peleado, de las preferencias sexuales de algunos de ellos: “¿Te acuerdas de Mario?” “¿Mario?... ah, sí, sí me acuerdo.” “Bueno, es puto.” “¿Enserio? está cabrón. Y tú, ¿te acuerdas del Sorullo?” “Ah, sí cómo no, pinche peladote, no empieces, ¿apoco también el Sorullo es mayate?” “Así es, también al Sorullo le gusta jugar al burro hasta cansarlo.” En fin, de todo platicaban. La discusión era extensa, y todavía le faltaba desencadenarse más.






4

El negro, estuvo parado debajo de una enorme luz roja casi toda la noche, volteó a ver su reloj por décima vez y se alegró porque el show estaba por terminar, acompañó a la última dama a los camerinos y ahí sacó una lista con las veces que en esa noche había defendido a esas doncellas. Y empezó hacer sus cuentas y a cobrar por su servicio. No hubo ninguna objeción por lo que el enorme negro le demandaba a las mujeres, éstas pagaron todo lo que él había cobrado. El grupo de mujeres se despidieron. El negro, hizo lo mismo, solamente pasó por un encargo que tenía en una cajonera que estaba arrumbada en el interior de los camerinos, sacó de ahí una pistola de grueso calibre, se la enfundó arriba de su hebilla y salió del cabaret.

5

Cuando el Caló desenrolló la cajetilla de los cigarros y no encontró ninguno, pensó que la mayoría de ellos se los habían acabado sus amigos. “Pinches ojetes nunca compran y siempre me colean, por eso ya están bien mamados.” Caló tomaba y fumaba despacio. Así que cuando sus amigos ya estaban totalmente ebrios e inconscientes, él apenas entraba a los terrenos bailarines de la embriagues.
Caló levantó su ebria cabeza y su amigo el americanista estaba con el cuerpo recargado en el sillón, dormido y de brazos cruzados. En medio de sus piernas sostenía un envase de cerveza. El otro se encontraba de igual manera, con los ojos cerrados, pero porque estaba cantando; así y su puño en el aire.
“Siempre es lo mismo con estos pinches hijos de nadie. Siempre dan las nalgas luego luego.” Caló se fijó en el reloj de la pared y marcaba las cinco y media. Se puso de pie y la vista le hizo un truco moviéndole las cosas. Pero como pudo controló sus mareos. De una palmada sacó a su camarada del concierto que según él estaba dando a nadie.
―Ya me voy pinche Alex Lora. Ya están bien güainos.
―¿Qué?... Eh, no… Aguanta vara… Vamos por más.
―Cámara, ya estuvo, hay me despides de aquél. ¿Sale? Nos vemos después.
―Este, no… Espérate… vamos a seguir pisteando, Eh, Caló… ¡Vámonos pá la zona! ―Caló no le hizo caso a su amigo. Tomó su encendedor de la mesa, las llaves y salió.
―Pinche fundillo… seguro le a de pegar su vieja… ―Dijo su amigo a solas, y siguió cantando.
Caló, estaba ebrio, lo sabía, así que no era conveniente manejar a alta velocidad. Se dirigía a su casa tomando el volante con las dos manos y abriendo los ojos más de lo normal. Le dieron ganas de fumar, y quiso comprar unos cigarros, ese sería un buen motivo para alejarse del sueño. Manejó tranquilo, buscando un establecimiento nocturno para encontrar su porción de nicotina. A lo lejos, las luces delataban a una tienda, el destino más próximo de Caló. Pero antes tenía que pasar un cruce de cuatro caminos, donde detuvo su coche. El semáforo estaba en rojo.
Bostezó y cambió de música. Esperó a que el verde iluminara el tablero de su coche y para después parquearse enfrente de esa tienda que veía de reojo: “De seguro el pinche lepe de la tienda no me va dejar entrar, me va a despachar por la ventanía, y ya me dieron ganas de chingarme un jocho.” Caló miraba la tienda. Cuando el semáforo cambió a verde, él seguía con la vista donde mismo, volteó a mirar su estereo que no tocaba la música, empezó a moverle, y cuando se acordó el semáforo ya había cambiado de color. Pronto, aunque no venía nadie detrás de él puso en marcha a su carro, sin voltear para ambos lados. Metió primera. Y cuando iba a dar vuelta para llegar a la tienda, tuvo que frenar de súbito con la pura mecánica de sus reflejos, ya que otro coche que había pasado a toda velocidad hizo que se detuviera. Caló sólo pudo ver enfrente de él, los grandes ojos de una muchacha que se cegó con los faros de su coche. El rugido de las llantas despertaron de una vez por todas al Caló quien veía como aquel coche seguía su curso. Entonces él por fin continuó con el suyo. “Qué pedo con esas viejas pendejas. ¡Eso! viejas tenían que ser, ¡hijas de su perra madre!”.
El dependiente desde la ventanilla observó todo lo que había ocurrido. Masticaba burlonamente su chicle y desde ahí veía cómo el Caló, en el estacionamiento respiraba profundo y se dirigía a la ventanilla.
―Eh, Unos Marlboro rojos.
―¿Dura o suave?
―Duros. ―Repusó el Caló buscando un billete en su flaca cartera. El encargado regresó con los cigarros. ―Ya mero y no llegaba por sus cigarros ¿no? Pinches viejas, ni manejar saben.
―Eit, ni manejar saben. ¿Cuánto es?
―Veinticinco maracas.
Caló volvió a repetir: ¿Veinticinco maracas? Buscaba en su cartera y no hallaba nada, en sus bolsas del pantalón tampoco. En las bolsas de su camiseta le hicieron ruido unas monedas. Las sacó y entre ellas había tres monedas de cinco pesos.
―¿Qué no traes? ―Le dijo el encargado. El Caló, rió nervioso. “Pinche mocoso tengo más lana que tú, pero ahorita no. Ganaras mucho en este pinche empleo de cagada.”
―Este, sí traigo, cámara. Aquí en la cartera traía un quinientón.
“Un quinientón, pinche jodido, el carro que trae está todo madreado y las garras que se pone se ve que son de las baratías. Sí tú, un quinientón.”
―Pues, búsquele bien, por ahí debe de andar el de quinientos.
De pronto, una mano oscura pasó por el hombro del Caló y colocó los diez pesos restantes en la mano del encargado.
―¿Con estos diez son veinticinco? ―Una voz seca y ronca irrumpió en ese silencio de nerviosismo. Caló sin voltear a ver a sus espaldas, tomó su cajetilla. Cuando volteó casi se estrelló con un enorme sujeto quien le sonreía cariñosamente a sus espaldas.
―¡Qué hubo mi pinche Sorullo! Qué milagro carajo. ―El Sorullo era un sujeto más negro que lo negro. Amigo de la infancia del Caló. Era alto y fornido, con el pelo al estilo militar. Parecía un usurero africano. Vestía con pantalones blancos entallados y una camisa negra, pegada al cuerpo.
―Rodolfo Pérez Mejía, comprando cosas, sin dinero.
Caló le dio las gracias a su amigo. Esperó a que el Sorullo comprara unos chicles, platicaron no más de cinco minutos y Caló, presuroso, sudoroso se despidió. El Sorullo se quedó parado afuera de la tienda. Observaba al Caló con esa mirada de ternura que pocas veces se ve en sujetos como él.
―¿No me das un rai, Rodo?
―¿Eh?... este… claro. ―Caló, estaba desubicado, pero rápido se acopló a la situación― sí, súbete. Fíjate que cabrón soy, no te ofrecí un aventón. Oyes, Pero no voy para donde tú vas.
―No importa, con que nomás me des ese aventón que dices.

Pre anexo periodístico

Después de que todos en la colonia hubieron leído la noticia en los periódicos, no podían creer que una relación como aquella, fuera una realidad, ese romance que había entre esos dos sujetos, se les hacía cosa rara. Más que nada porque estos tipos casi no se veían, lo más seguro era que a escondidas, o alomejor en el cabaret en donde uno de ellos trabajaba. Ya que era un buen lugar para ocultar las apariencias. Los familiares y amigos, no podían creer aquella noticia, pero quien pensaba que todo eso era inaudito, era la esposa, ella jamás creyó que su marido fuera de esa manera. Aunque con el tiempo y después de divagar mucho en el tema, por fin se convenció de todo lo que descifraba la nota periodística. De que su esposo la engañó durante todo el tiempo en el que estuvieron casados, porque él era y tenía un amante homosexual.



6

En el auto, solamente el ruido del estereo era lo único que delataba que ahí venía alguien. Porque ni Caló ni el Sorullo decían palabra alguna. Cuando el Caló quiso prender un cigarro para calmar sus nervios homofóbicos, no pudo, ya que su encendedor no prendía; raspaba una y otra vez la piedra y nada que salía la llama. En eso, la misma mano, negra, enorme y con un anillo que traía una insignia en inglés que delataba un “free” irrumpió la combustión interna de Caló y le hizo voltear de súbito y observar a su amigo quien con su misma pinche sonrisa, le ofrecía el fuego de su encendedor.
―¿Qué te pasa Rodo, te noto muy alterado? ¿Acaso andas en drogas?
―… ¿Eh?... ¿En dónde?... no, no cámara Negrullo… no… digo, digo Sorullo. No ando en eso.
―Oh, es que se me figuró por tu aspecto… y bueno… y… ¿qué has hecho?... cuéntame… ¿por qué andas tan tarde en la calle, en busca de qué o qué?
―Pues nada, estoy casado… este, con una mujer, y ya tengo rato con ella. Pero nada, ahorita no ando buscando nada, yo nomás venía del pedo con unos amigos, ¡ah!… y … y estábamos con unas putas que nos cogimos. Sí, unas viejas bien buenotas. Vieras que ricas estaban las perras. ¡Nombre!
―Ah, ya veo, ¿y enserio estaban tan buenas?
―Ya ni la chingas, buenas es poco pá como estaban las mamis. ―Caló sintió que se podía soltar más en la plática, y se relajó un poco―. Y tú que pedo, carajo, qué cuentas o qué, ¿andas de puto?... ―pero no era para que se relajara tanto―.
―¿Perdón?
―“Pinche pendejo de porquería, por qué le dije al puto que si andaba de puto, pues claro que anda de puto, pues es puto. ¡Siempre la ando cagando! ¿Eh?
― ¿Perdón Caló?
―Nada, nada… olvídalo, nada… ¿Y …. do… dónde andas jalando?
―…
―…¿Dónde?
―Si te incomodo, puedes dejarme aquí.
―¿Incomodarme? No, no, cámara. ¿Y por qué iba a incomodarme? ―Caló momentos más adelante en este cuento, se va arrepentir, porque sí hubiera sido buena idea, dejar al Sorullo cuando se lo pidió. Pero en ese entonces ya era demasiado tarde para eso, siendo demasiado pronto. Entonces en este momento, el Sorullo le dijo:
―Pues no, no sé. Pero bueno… ¿Qué dónde trabajo? Ah, pues, en un bar de por ahí, bueno, no es precisamente un bar. Para que me entiendas mejor, trabajo en el “Richman” ¿lo conoces verdad?
―¿Jalas en un teibol?
―Pero no de lo que tú estas pensando. Soy el que cuida a las muchachas, el que las atiende, el que les quita a los borrachos que quieren tocarlas. Soy más bien su damo de compañía.
―¿Damo de compañía, eh? Pues pá pinche jalesíto que te agarraste cabrón. Ha de estar conmadre ver a las perritas encueraditas todos los días ¿no? Viéndolas cambiarse, tocarse, mamarse… ¡Ay guey! y todo el pedo ¿no? Lastima que seas putarraco. ¡Otra vez cabrón!
―¡Ahora sí ya fue mucho caló! ¿Qué traes conmigo?
―… pajarraco, lastima que seas pajarraco. Tú sabes, pajarraco.
―¡No, no te hagas pendejo! Ándale, dime lo que tengas que decir. ―el Sorullo estaba ofendido, pero no enojado, porque aquella situación un tanto sosa y cómica, no hizo que se enfureciera de más, entonces espero a que el Caló le respondiera…
―Nombre… ya, lo que pasa es que me ando miando y no se lo que digo. Voy a orillarme, aquí donde está oscuro.
El carro de Caló, avanzó unos cuantos metros más, distinguió que el alumbrado no lo delatara mucho y se bajó del coche. Caminó a la parte trasera del auto, se bajó la bragueta, se buscaba su miembro y a tientas lo sacó para orinar. En el automóvil, se quedó el Sorullo anonadado porque cuando Caló segundos antes había dicho la palabra “miando”, al Sorullo se le estremeció todo su ser, se quedó helado y cuando Caló bajó del carro, el Sorullo rápidamente también se desabrochó su pantalón hizo a un lado la pistola, se la acomodó en sus bolsillos, después desenvainó un miembro enorme. Adentro del carro, se apagó el estereo el negro, con sólo oír el procedimiento que Caló hacía para orinar; él, en el coche masturbaba desesperadamente su miembro. Pero cuando el sonido de la orina golpeó el suelo y el Caló soltó un gemido de: ―¡Aaa…y… guey!― El Sorullo abrió más sus enormes ojos, se mordió los labios, pujó para adentro y salió rabiadamente del vehiculo. Atrás del coche estaba el Caló, y a un lado el Sorullo observándolo cómo orinaba. Ninguno de los dos dijo nada. El Caló seguía con sus manos en su verga y orinaba más fuerte para terminar rápido, pero fue en ese instante cuando el Sorullo se tiró en ese semicharco de orines que había hecho el Caló. Se acomodó y recibía en su cara las últimas gotas de miados que aventaba su compañero. En el suelo y masturbándose, era como se encontraba este enajenado negro, pidiendo más orina.
Caló no podía creer lo que estaba viendo cuando el Sorullo se revolvía en ese charco de orines y se estiraba su pene. Gemía y pujaba como un animal. Cuando le volvieron los cinco sentidos a Caló, se hizo para atrás, agarró distancia y pateó con todas sus ganas la cara orinada de aquel negro.
El Sorullo aguantó el golpe. Y cuando Caló iba a salir corriendo, el Sorullo sacó el arma de fuego, apuntó hacia la cabeza de Caló, se reincorporó, y con mucha calma le dijo:
―Detente mi rey… ¿adónde?... venías con tus pinches bromitas en el carro ¿no, cabrón? Pues ahora, lo que te voy a decir va enserio, óyelo bien, ¡me vas a coger, puto!, y más vale que sea rico, y que se te pare, porque si no te pego un pinche plomazo en la reata. ―Y con una furia inyectada en su voz, el Sorullo dio su primera orden― ¡Ándale culero, sácate la verga para darte unas mamadas!
El Caló levantó las manos, no podía creer lo que le estaba pasando, no podía pensar en algo, y mucho menos podía fragmentar palabras. Todo su miedo se redujo en su miembro e iba a ser difícil poder incorporarlo, aunque la verdad esa iba hacer tarea de su violador. Caló mecánicamente bajaba los brazos y se llevó sus manos a su bragueta. El Sorullo, eufórico, enloquecido y un tanto jorobado, le volvió a repetir.
―Oíste cabrón, y más vale que sea ya y rápido, porque me muero de ganas por esa verga. ―El Sorullo, nunca soltó su arma y siempre estuvo apuntando a su victima, así, se dirigió hacia donde estaba el Caló y se arrodillo enfrente de él.

Anexo periodístico

Cuando se recaudaron los datos para la elaboración de este cuento. Se buscó la nota periodística que apareció el día 17 de noviembre del 2007, en donde el periodista Gustavo Ordóñez relataba en su nota llamada “En plena vía pública, se matan de tanta pasión dos jotitos” narraba cómo fueron encontrados los dos cuerpos de dos hombres, que los identificados como: Hugo Garza Acosta de 25 años con domicilio en invernadero 558 de la colonia zapatistas y el otro cuerpo fue identificado con el nombre de Rodolfo Pérez Mejía de 26 años con domicilio en libertad 209 de la colonia zapatistas. El reporte pericial apuntaba que los hechos fueron los siguientes: la pareja de inmorales habían estacionado su automóvil a las 6:30 de la madrugada en la calle Salvador Novo de la colonia Valles de la sierra. Después habían descendido de su vehículo y comenzaron las caricias afuera de él, ya subido de tono el ambiente, empezaron con su luna de miel callejera y en pleno acto sexual, uno de ellos se puso eufórico porque su pareja le había confundido de nombre en el momento que hacían el amor y fue en donde empezó la gresca.
Los individuos que minutos antes se lanzaban besos en el cuello, eran ahora quienes estaban forcejearon rabiosamente y fue en ese instante cuando Hugo Garza Acosta sacó un arma de fuego. Ésta era, una Beretta de 9 milímetros, la cual fue la manzana de la discordia, ya que en el intento por querer uno de ellos apoderarse de el arma, repentinamente se soltó el primer disparo. El cual fue a dar en el vientre de Rodolfo. Pero, el forcejeo continuó y fue cuando la segunda detonación se hizo presente y finalizó justo en la frente de Hugo, provocándole una muerte instantánea. Rodolfo, después de estar postrado en el suelo, murió horas más tarde a causa de una hemorragia severa. Este fue el reporte pericial que se recogió por parte del periodista Ordóñez.
Es, según los reporteros y peritos, de esta manera como sucedieron los hechos aquella noche de noviembre.

Un mensaje de: El Primer Ripio que sale del agujero

Únicamente por ser el creador de este espacio, yo me autoproclamo el Primer Ripio de este nuevo ciclo. De este espacio que presentará pequeñas historias y anomalías que diariamente estamos acostumbrados a ver, leer y analizar. Muchas veces estas acciones, eventos, lecturas o pasajes de la cotidianidad nos suelen servir para poder tener un aprendizaje de esa experiencia que acabamos de vivir, algunos otros no tienen el menor sentido de razón, son simplemente Ripios y desechos que vamos dejando a un lado. Este lugar, es un espacio para esos residuos que hemos ido abandonando en el camino y nadie quiere recuperar. Y a lo largo de los textos que aparezcan aquí, irán saliendo uno a uno los Ripios (en forma de personajes) que nos van a ir desentrañando lo que una vez dejamos tirado y cayo en un simple agujero.