Después de haber inagurado este lugar, era de esperarse la salida de los siguientes Ripios, y esta historia la narra uno de ellos. Esperamos, él y yo, que esta historia no les sirva de nada. Y que hagan lo mismo que él y que yo. Deséchenla. Como ocurre en los periódicos
“Los hombres ofenden antes al
que aman que al que temen"
Maquiavelo
1
―Voy por una cheve, ¿quién quiere otra? ―preguntó el Caló a sus compañeros que estaban discutiendo.
―Es que ustedes, son semejantes a las cucarachas, nomás que de color amarillo. Donde sea que llegue el pinche América a jugar, salen todos despavoridos como eso, cucarachas en la cocina a las cuatro de la mañana. Te preguntas: ¿de dónde saldrá tanto cabrón, bueno para nada?
―Pues, pá que veas hijo, somos unos chingones, la afición más fiel de México, para el mejor equipo de México.
―¿Qué si quieren otra cheve, inservibles? ―volvió a reponer el Caló. Los otros dos siguieron discutiendo sin hacerle caso. De todos modos él se las llevaría. Cuando el Caló se encontró en la cocina prendió la luz y vio cómo corrían las cucarachas por la mesa. Se acordó que en su casa pasaba lo mismo, aunque aquí y en su casa no eran amarillas, pero igual de repugnantes. En su casa. Se le había venido a la mente que su esposa le permitió salir con sus amigos con dos condiciones. Una: que no fuera a la zona de tolerancia, y la otra, no llegar después de las tres de la madrugada. Se fijó en el reloj del microondas y marcaba las dos. Solamente le quedaba media hora, ya que se llevababa otra media en llegar. Pero si decía esto, ellos iban a dejar de discutir de fútbol y empezarían a decirle que era un homosexual, que siempre le hacía caso a su vieja, que la dejara, que nomás le pasara el chivo de la niña, que él estaba chavo y debería de andar todavía de verguero. Y él finalizaría diciéndoles: “¿Si verdad? Bueno, pos ni pedo, nos vemos al rato”, y se iría a su casa. Caló conocía a sus camaradas y no quería nuevamente el mismo sermón de siempre. Así es que regresó de la cocina con las cervezas y sin decir nada.
―Véngase pinche Caló, vamos agarrar el pedo toda la noche. Nomás no se nos raje. Y, este… échame un cigarrito ¿no? ―le dijo el amigo americanista al Caló quien sacó de su bolsillo la cajetilla de cigarros y los puso en la mesa de centro que se encontraba llena de envases vacíos.
Por un momento los tres: cantaron, discutieron, se estrujaron, rieron, se insultaron, se les cayeron los envases, se quemaron con las colillas de los cigarros. Volvieron a cantar. Uno de ellos, se cayó sobre una maseta, otro fue a recogerlo y también cayó al suelo. Caló se volvió a reír, los otros dos también. Fueron por más cervezas a la cocina: “Ya nomás quedan dos cheves, ¡cómo toman cabrones! ¡Vamos a comprar más!”. Fueron en busca de más cerveza. Se subieron al carro del Caló y salieron en busca de cerveza clandestina. Seguían cantando arriba del carro. Ya abordo, Caló, veía el reloj de su carro: eran las 2:47. Los otros dos venían cantando: “Hablando de mujeres y traiciones, se fueron consumiendo… se consumieron… las botellas”, pero Caló, seguía mirando el reloj. Calló por un rato.
2
Y que se oigan esos aplausos caballeros, para darle la bienvenida a esta hermosa nena, ella es: Karmina, y nos baila, así… ¡Aaay güey!.. Y recuerden compañeros, separen su privadito rápido, rápido, que la noche se nos acaba.
Cuando la mujer subió al escenario, un señor de apariencia tranquila le sobó las nalgas sin pedirle permiso a la dueña de ellas. La mujer se molestó y le lanzó varios insultos. El señor de igual modo la atacó con palabras, cuando el señor se incorporó de su asiento, un enorme negro estaba a un lado de él y colocándole la mano en el hombro lo invitó a sentarse obligadamente. El señor observó aquel hombre con apariencia de usurero africano, y no hizo más, volvió tranquilamente a su silla. La mujer se burló, le hizo un guiño a su guardián y empezó con su espectáculo.
3
―“Eh, ¿y cómo se llama tu pinche perro?”... “Negro” y luego el pinche Cofi empieza a ladrar, después el güey le dice: “Ya cállate pinche negro.”
―No, pero está más mamón cuando le dice el gordo: “éntrale chivito, no te rajes,” y luego el Murray dice: “el señor me dice que usted es muy bueno.” El pinche chivo se le queda viendo y le dice…
―Ah sí… que se está chingando una torta.
―…sí, si, ándale, y le dice: “¿bueno? Bueno para qué.”
―¡No mames!, nombre, mis respetos para esa película, es la mejor película de todos los tiempos, me cae. ―el Caló siempre exageraba cuando le gustaba mucho algo, a ese algo le ponía adjetivos que en veces parecían muy absurdos, como por ejemplo: “¡Y!, esa es la canción más chida de todo el universo”, “¡Nombre! esta cerveza es la más helada que he probado”, “¡Íjoles! esa vieja tiene las nalgas más grandes del mundo” y ahora decía que la película Amores Perros era la mejor de todos los tiempos, pero más bien eso lo hacía cuando empezaba a ponerse ebrio.
Ya del reloj ni se acordó, y eso que marcaba las cuatro y siete de la madrugada. Los tres seguían discutiendo de todo: películas, música, trabajo, de su niñez, de las novias que habían traído, de una que otra que compartieron. De los amigos que los traicionaron, de con quiénes se habían peleado, de las preferencias sexuales de algunos de ellos: “¿Te acuerdas de Mario?” “¿Mario?... ah, sí, sí me acuerdo.” “Bueno, es puto.” “¿Enserio? está cabrón. Y tú, ¿te acuerdas del Sorullo?” “Ah, sí cómo no, pinche peladote, no empieces, ¿apoco también el Sorullo es mayate?” “Así es, también al Sorullo le gusta jugar al burro hasta cansarlo.” En fin, de todo platicaban. La discusión era extensa, y todavía le faltaba desencadenarse más.
4
El negro, estuvo parado debajo de una enorme luz roja casi toda la noche, volteó a ver su reloj por décima vez y se alegró porque el show estaba por terminar, acompañó a la última dama a los camerinos y ahí sacó una lista con las veces que en esa noche había defendido a esas doncellas. Y empezó hacer sus cuentas y a cobrar por su servicio. No hubo ninguna objeción por lo que el enorme negro le demandaba a las mujeres, éstas pagaron todo lo que él había cobrado. El grupo de mujeres se despidieron. El negro, hizo lo mismo, solamente pasó por un encargo que tenía en una cajonera que estaba arrumbada en el interior de los camerinos, sacó de ahí una pistola de grueso calibre, se la enfundó arriba de su hebilla y salió del cabaret.
5
Cuando el Caló desenrolló la cajetilla de los cigarros y no encontró ninguno, pensó que la mayoría de ellos se los habían acabado sus amigos. “Pinches ojetes nunca compran y siempre me colean, por eso ya están bien mamados.” Caló tomaba y fumaba despacio. Así que cuando sus amigos ya estaban totalmente ebrios e inconscientes, él apenas entraba a los terrenos bailarines de la embriagues.
Caló levantó su ebria cabeza y su amigo el americanista estaba con el cuerpo recargado en el sillón, dormido y de brazos cruzados. En medio de sus piernas sostenía un envase de cerveza. El otro se encontraba de igual manera, con los ojos cerrados, pero porque estaba cantando; así y su puño en el aire.
“Siempre es lo mismo con estos pinches hijos de nadie. Siempre dan las nalgas luego luego.” Caló se fijó en el reloj de la pared y marcaba las cinco y media. Se puso de pie y la vista le hizo un truco moviéndole las cosas. Pero como pudo controló sus mareos. De una palmada sacó a su camarada del concierto que según él estaba dando a nadie.
―Ya me voy pinche Alex Lora. Ya están bien güainos.
―¿Qué?... Eh, no… Aguanta vara… Vamos por más.
―Cámara, ya estuvo, hay me despides de aquél. ¿Sale? Nos vemos después.
―Este, no… Espérate… vamos a seguir pisteando, Eh, Caló… ¡Vámonos pá la zona! ―Caló no le hizo caso a su amigo. Tomó su encendedor de la mesa, las llaves y salió.
―Pinche fundillo… seguro le a de pegar su vieja… ―Dijo su amigo a solas, y siguió cantando.
Caló, estaba ebrio, lo sabía, así que no era conveniente manejar a alta velocidad. Se dirigía a su casa tomando el volante con las dos manos y abriendo los ojos más de lo normal. Le dieron ganas de fumar, y quiso comprar unos cigarros, ese sería un buen motivo para alejarse del sueño. Manejó tranquilo, buscando un establecimiento nocturno para encontrar su porción de nicotina. A lo lejos, las luces delataban a una tienda, el destino más próximo de Caló. Pero antes tenía que pasar un cruce de cuatro caminos, donde detuvo su coche. El semáforo estaba en rojo.
Bostezó y cambió de música. Esperó a que el verde iluminara el tablero de su coche y para después parquearse enfrente de esa tienda que veía de reojo: “De seguro el pinche lepe de la tienda no me va dejar entrar, me va a despachar por la ventanía, y ya me dieron ganas de chingarme un jocho.” Caló miraba la tienda. Cuando el semáforo cambió a verde, él seguía con la vista donde mismo, volteó a mirar su estereo que no tocaba la música, empezó a moverle, y cuando se acordó el semáforo ya había cambiado de color. Pronto, aunque no venía nadie detrás de él puso en marcha a su carro, sin voltear para ambos lados. Metió primera. Y cuando iba a dar vuelta para llegar a la tienda, tuvo que frenar de súbito con la pura mecánica de sus reflejos, ya que otro coche que había pasado a toda velocidad hizo que se detuviera. Caló sólo pudo ver enfrente de él, los grandes ojos de una muchacha que se cegó con los faros de su coche. El rugido de las llantas despertaron de una vez por todas al Caló quien veía como aquel coche seguía su curso. Entonces él por fin continuó con el suyo. “Qué pedo con esas viejas pendejas. ¡Eso! viejas tenían que ser, ¡hijas de su perra madre!”.
El dependiente desde la ventanilla observó todo lo que había ocurrido. Masticaba burlonamente su chicle y desde ahí veía cómo el Caló, en el estacionamiento respiraba profundo y se dirigía a la ventanilla.
―Eh, Unos Marlboro rojos.
―¿Dura o suave?
―Duros. ―Repusó el Caló buscando un billete en su flaca cartera. El encargado regresó con los cigarros. ―Ya mero y no llegaba por sus cigarros ¿no? Pinches viejas, ni manejar saben.
―Eit, ni manejar saben. ¿Cuánto es?
―Veinticinco maracas.
Caló volvió a repetir: ¿Veinticinco maracas? Buscaba en su cartera y no hallaba nada, en sus bolsas del pantalón tampoco. En las bolsas de su camiseta le hicieron ruido unas monedas. Las sacó y entre ellas había tres monedas de cinco pesos.
―¿Qué no traes? ―Le dijo el encargado. El Caló, rió nervioso. “Pinche mocoso tengo más lana que tú, pero ahorita no. Ganaras mucho en este pinche empleo de cagada.”
―Este, sí traigo, cámara. Aquí en la cartera traía un quinientón.
“Un quinientón, pinche jodido, el carro que trae está todo madreado y las garras que se pone se ve que son de las baratías. Sí tú, un quinientón.”
―Pues, búsquele bien, por ahí debe de andar el de quinientos.
De pronto, una mano oscura pasó por el hombro del Caló y colocó los diez pesos restantes en la mano del encargado.
―¿Con estos diez son veinticinco? ―Una voz seca y ronca irrumpió en ese silencio de nerviosismo. Caló sin voltear a ver a sus espaldas, tomó su cajetilla. Cuando volteó casi se estrelló con un enorme sujeto quien le sonreía cariñosamente a sus espaldas.
―¡Qué hubo mi pinche Sorullo! Qué milagro carajo. ―El Sorullo era un sujeto más negro que lo negro. Amigo de la infancia del Caló. Era alto y fornido, con el pelo al estilo militar. Parecía un usurero africano. Vestía con pantalones blancos entallados y una camisa negra, pegada al cuerpo.
―Rodolfo Pérez Mejía, comprando cosas, sin dinero.
Caló le dio las gracias a su amigo. Esperó a que el Sorullo comprara unos chicles, platicaron no más de cinco minutos y Caló, presuroso, sudoroso se despidió. El Sorullo se quedó parado afuera de la tienda. Observaba al Caló con esa mirada de ternura que pocas veces se ve en sujetos como él.
―¿No me das un rai, Rodo?
―¿Eh?... este… claro. ―Caló, estaba desubicado, pero rápido se acopló a la situación― sí, súbete. Fíjate que cabrón soy, no te ofrecí un aventón. Oyes, Pero no voy para donde tú vas.
―No importa, con que nomás me des ese aventón que dices.
Pre anexo periodístico
Después de que todos en la colonia hubieron leído la noticia en los periódicos, no podían creer que una relación como aquella, fuera una realidad, ese romance que había entre esos dos sujetos, se les hacía cosa rara. Más que nada porque estos tipos casi no se veían, lo más seguro era que a escondidas, o alomejor en el cabaret en donde uno de ellos trabajaba. Ya que era un buen lugar para ocultar las apariencias. Los familiares y amigos, no podían creer aquella noticia, pero quien pensaba que todo eso era inaudito, era la esposa, ella jamás creyó que su marido fuera de esa manera. Aunque con el tiempo y después de divagar mucho en el tema, por fin se convenció de todo lo que descifraba la nota periodística. De que su esposo la engañó durante todo el tiempo en el que estuvieron casados, porque él era y tenía un amante homosexual.
6
En el auto, solamente el ruido del estereo era lo único que delataba que ahí venía alguien. Porque ni Caló ni el Sorullo decían palabra alguna. Cuando el Caló quiso prender un cigarro para calmar sus nervios homofóbicos, no pudo, ya que su encendedor no prendía; raspaba una y otra vez la piedra y nada que salía la llama. En eso, la misma mano, negra, enorme y con un anillo que traía una insignia en inglés que delataba un “free” irrumpió la combustión interna de Caló y le hizo voltear de súbito y observar a su amigo quien con su misma pinche sonrisa, le ofrecía el fuego de su encendedor.
―¿Qué te pasa Rodo, te noto muy alterado? ¿Acaso andas en drogas?
―… ¿Eh?... ¿En dónde?... no, no cámara Negrullo… no… digo, digo Sorullo. No ando en eso.
―Oh, es que se me figuró por tu aspecto… y bueno… y… ¿qué has hecho?... cuéntame… ¿por qué andas tan tarde en la calle, en busca de qué o qué?
―Pues nada, estoy casado… este, con una mujer, y ya tengo rato con ella. Pero nada, ahorita no ando buscando nada, yo nomás venía del pedo con unos amigos, ¡ah!… y … y estábamos con unas putas que nos cogimos. Sí, unas viejas bien buenotas. Vieras que ricas estaban las perras. ¡Nombre!
―Ah, ya veo, ¿y enserio estaban tan buenas?
―Ya ni la chingas, buenas es poco pá como estaban las mamis. ―Caló sintió que se podía soltar más en la plática, y se relajó un poco―. Y tú que pedo, carajo, qué cuentas o qué, ¿andas de puto?... ―pero no era para que se relajara tanto―.
―¿Perdón?
―“Pinche pendejo de porquería, por qué le dije al puto que si andaba de puto, pues claro que anda de puto, pues es puto. ¡Siempre la ando cagando! ¿Eh?
― ¿Perdón Caló?
―Nada, nada… olvídalo, nada… ¿Y …. do… dónde andas jalando?
―…
―…¿Dónde?
―Si te incomodo, puedes dejarme aquí.
―¿Incomodarme? No, no, cámara. ¿Y por qué iba a incomodarme? ―Caló momentos más adelante en este cuento, se va arrepentir, porque sí hubiera sido buena idea, dejar al Sorullo cuando se lo pidió. Pero en ese entonces ya era demasiado tarde para eso, siendo demasiado pronto. Entonces en este momento, el Sorullo le dijo:
―Pues no, no sé. Pero bueno… ¿Qué dónde trabajo? Ah, pues, en un bar de por ahí, bueno, no es precisamente un bar. Para que me entiendas mejor, trabajo en el “Richman” ¿lo conoces verdad?
―¿Jalas en un teibol?
―Pero no de lo que tú estas pensando. Soy el que cuida a las muchachas, el que las atiende, el que les quita a los borrachos que quieren tocarlas. Soy más bien su damo de compañía.
―¿Damo de compañía, eh? Pues pá pinche jalesíto que te agarraste cabrón. Ha de estar conmadre ver a las perritas encueraditas todos los días ¿no? Viéndolas cambiarse, tocarse, mamarse… ¡Ay guey! y todo el pedo ¿no? Lastima que seas putarraco. ¡Otra vez cabrón!
―¡Ahora sí ya fue mucho caló! ¿Qué traes conmigo?
―… pajarraco, lastima que seas pajarraco. Tú sabes, pajarraco.
―¡No, no te hagas pendejo! Ándale, dime lo que tengas que decir. ―el Sorullo estaba ofendido, pero no enojado, porque aquella situación un tanto sosa y cómica, no hizo que se enfureciera de más, entonces espero a que el Caló le respondiera…
―Nombre… ya, lo que pasa es que me ando miando y no se lo que digo. Voy a orillarme, aquí donde está oscuro.
El carro de Caló, avanzó unos cuantos metros más, distinguió que el alumbrado no lo delatara mucho y se bajó del coche. Caminó a la parte trasera del auto, se bajó la bragueta, se buscaba su miembro y a tientas lo sacó para orinar. En el automóvil, se quedó el Sorullo anonadado porque cuando Caló segundos antes había dicho la palabra “miando”, al Sorullo se le estremeció todo su ser, se quedó helado y cuando Caló bajó del carro, el Sorullo rápidamente también se desabrochó su pantalón hizo a un lado la pistola, se la acomodó en sus bolsillos, después desenvainó un miembro enorme. Adentro del carro, se apagó el estereo el negro, con sólo oír el procedimiento que Caló hacía para orinar; él, en el coche masturbaba desesperadamente su miembro. Pero cuando el sonido de la orina golpeó el suelo y el Caló soltó un gemido de: ―¡Aaa…y… guey!― El Sorullo abrió más sus enormes ojos, se mordió los labios, pujó para adentro y salió rabiadamente del vehiculo. Atrás del coche estaba el Caló, y a un lado el Sorullo observándolo cómo orinaba. Ninguno de los dos dijo nada. El Caló seguía con sus manos en su verga y orinaba más fuerte para terminar rápido, pero fue en ese instante cuando el Sorullo se tiró en ese semicharco de orines que había hecho el Caló. Se acomodó y recibía en su cara las últimas gotas de miados que aventaba su compañero. En el suelo y masturbándose, era como se encontraba este enajenado negro, pidiendo más orina.
Caló no podía creer lo que estaba viendo cuando el Sorullo se revolvía en ese charco de orines y se estiraba su pene. Gemía y pujaba como un animal. Cuando le volvieron los cinco sentidos a Caló, se hizo para atrás, agarró distancia y pateó con todas sus ganas la cara orinada de aquel negro.
El Sorullo aguantó el golpe. Y cuando Caló iba a salir corriendo, el Sorullo sacó el arma de fuego, apuntó hacia la cabeza de Caló, se reincorporó, y con mucha calma le dijo:
―Detente mi rey… ¿adónde?... venías con tus pinches bromitas en el carro ¿no, cabrón? Pues ahora, lo que te voy a decir va enserio, óyelo bien, ¡me vas a coger, puto!, y más vale que sea rico, y que se te pare, porque si no te pego un pinche plomazo en la reata. ―Y con una furia inyectada en su voz, el Sorullo dio su primera orden― ¡Ándale culero, sácate la verga para darte unas mamadas!
El Caló levantó las manos, no podía creer lo que le estaba pasando, no podía pensar en algo, y mucho menos podía fragmentar palabras. Todo su miedo se redujo en su miembro e iba a ser difícil poder incorporarlo, aunque la verdad esa iba hacer tarea de su violador. Caló mecánicamente bajaba los brazos y se llevó sus manos a su bragueta. El Sorullo, eufórico, enloquecido y un tanto jorobado, le volvió a repetir.
―Oíste cabrón, y más vale que sea ya y rápido, porque me muero de ganas por esa verga. ―El Sorullo, nunca soltó su arma y siempre estuvo apuntando a su victima, así, se dirigió hacia donde estaba el Caló y se arrodillo enfrente de él.
Anexo periodístico
Cuando se recaudaron los datos para la elaboración de este cuento. Se buscó la nota periodística que apareció el día 17 de noviembre del 2007, en donde el periodista Gustavo Ordóñez relataba en su nota llamada “En plena vía pública, se matan de tanta pasión dos jotitos” narraba cómo fueron encontrados los dos cuerpos de dos hombres, que los identificados como: Hugo Garza Acosta de 25 años con domicilio en invernadero 558 de la colonia zapatistas y el otro cuerpo fue identificado con el nombre de Rodolfo Pérez Mejía de 26 años con domicilio en libertad 209 de la colonia zapatistas. El reporte pericial apuntaba que los hechos fueron los siguientes: la pareja de inmorales habían estacionado su automóvil a las 6:30 de la madrugada en la calle Salvador Novo de la colonia Valles de la sierra. Después habían descendido de su vehículo y comenzaron las caricias afuera de él, ya subido de tono el ambiente, empezaron con su luna de miel callejera y en pleno acto sexual, uno de ellos se puso eufórico porque su pareja le había confundido de nombre en el momento que hacían el amor y fue en donde empezó la gresca.
Los individuos que minutos antes se lanzaban besos en el cuello, eran ahora quienes estaban forcejearon rabiosamente y fue en ese instante cuando Hugo Garza Acosta sacó un arma de fuego. Ésta era, una Beretta de 9 milímetros, la cual fue la manzana de la discordia, ya que en el intento por querer uno de ellos apoderarse de el arma, repentinamente se soltó el primer disparo. El cual fue a dar en el vientre de Rodolfo. Pero, el forcejeo continuó y fue cuando la segunda detonación se hizo presente y finalizó justo en la frente de Hugo, provocándole una muerte instantánea. Rodolfo, después de estar postrado en el suelo, murió horas más tarde a causa de una hemorragia severa. Este fue el reporte pericial que se recogió por parte del periodista Ordóñez.
Es, según los reporteros y peritos, de esta manera como sucedieron los hechos aquella noche de noviembre.