Sincronicidad
Néstor Adame Santos
<<Hay una cosa confusamente formada
anterior al Cielo y a
¡Silenciosa, ilimitada! De nada depende y
no sufre mudanza, gira y retorna sin descanso;
puede ser tenida por madre del mundo.
Su nombre desconozco. >>
Lao Tse
Decisiones con grandes consecuencias.>>
Herman Brusselmans
Que día para ser mi cumpleaños, pensó. Ya estaba por terminar y no había ocurrido nada. Había sido un martes cualquiera: comer, recibir las felicitaciones familiares, bañarse, prepararse para su encuentro, ir a la escuela y seguir su búsqueda. Aunque se estaba rindiendo antes de tiempo. Lo peor era con lo que lidiaba en ese momento. “Ni en el día de mi cumpleaños puedo viajar decentemente.”, “Y… Se me hace que fue puro cuento y teatro eso de la predicción.” Casi daban las nueve de la noche pero seguía confiando en que pasaría algo, debido a que era muy dado a ese tipo de detalles, confiaba en: la suerte, santos, profecías, azar, astros e incluso, les creía a algunas cadenas de Internet. “Ahora sí me hicieron pendejo.”
En el parabús había suficiente gente para llenar el camión. Éste llegó y el joven les cedió el paso a todas las señoras que se le adelantaron. Cuando iba a subir, casi lo arrolla otra muchacha más joven que él quien pasó a su lado. Esperó a pagar su tarifa. No buscaba lugar, ya sabía en cuál sentarse. En el asiento de la muchacha cabía alguien más. Se acercó…
―Está ocupado. ―Dijo la joven enseñando su metálica dentadura color azul.
―Disculpe.
Buscó otro y lo encontró hasta el fondo. Desde que la joven tropezó con él, a Samuel le despertó una deducible curiosidad. Aquello era algo atrayente, él lo sabía y lo sentía. Ahora lo que ocurriera dependía de él. El destino ya había hecho su parte. Parecía que la predicción se estaba cumpliendo.
Samuel, acomodó su teléfono y trató de tomar un video. Buscaba el mejor perfil de aquella aparición. “Sin duda es ella. Claro, le gusta la música. Aparte, viste de negro. ”
“No puede ser real, no fue más que una simple coincidencia. O una de esas cosas que dicen que sueñas y después vives, no es nada más que eso, un Déjà Vu, sí eso” ―No se daba cuenta por dónde iba y tropezaba con charcos de agua, bolsas de basura, pateaba envases, etc. Toda la tarde en la facultad no pudo pensar en otra más que en la misma.
Lo que quería era volver a su casa y conectarse a Internet. Necesitaba hablar con él, contarle todo y suplicarle que se regresara. No podían seguir separados.
Cuando iba llegando al parabus, vio que el camión estaba subiendo pasaje, aceleró su marcha para llegar. Por poco y atropella a un muchacho que se preparaba a subir. Pagó su tarifa y tomó asiento. “Pero sí es el mismo camión en el cual me subí en la tarde. Esto, ya es demasiado. Hoy ya no estoy para aguantando otra de éstas.” Volteaba para todos lados y trataba de ver si la encontraba, a ver si le volvía a lanzar otro beso. En eso el joven que por poco arrollaba le pregunta si se puede sentar a un lado. Si en la facultad no le hablaba a nadie, menos a un extraño. Seguía buscando a la señora y averiguar de qué se trataba todo.
―¡Bajan! ¡Bajan!... ¿Qué no oye?
―Sí… ya, ya oí…
―Ay, nombre señor, qué bárbaro, viene echando lumbre, ¿Qué no puede manejar más despacio? Ni bajarse puede una donde viene tan recio.
―Pos ahí perdone, seño.
La señora y otras dos más bajaron del camión y los reclamos siguieron hasta que abandonaron la unidad. Arriba el chofer cerró de mala gana la cortina metálica.
El señor manejó igual de rápido para llegar a su siguiente parada donde tardó debido al pasaje que subió. Se fijaba en su reloj y le faltaban diez minutos para terminar su turno.
“Rápido, rápido, rápido. Tengo que llegar a la hora si no me la hacen de pedo. También tengo que ir a ver cómo siguió la ruca.”
Subieron todos al camión. El chofer se fijó que estuvieran en su lugar y empezó su marcha. El camión llevaba más prisa. Atravesó dos avenidas grandes a esa velocidad. Se fijó en su reloj: 8:54, “Se me hace que no llego.” Pasó de largo la siguiente parada.
―Eh, señor, le vengo gritando que bajan.
―A la siguiente.
―No, cómo que a la siguiente, yo me iba a bajar en esa. ¡Pinche, cabrón!
―Eh, tranquilo, mi buen. Ya le dije que a la siguiente… y siéntese.
―De a perdido bájale, maestro, vas a rajamadres.
―Sí, ya lo oí.
―Pos ni parece, pinche irresponsable.
―¡Oh que la chingada!
El semáforo estaba en amarillo, seguro y el camión hubiera logrado pasar. Con lo que no contó fue con la sincronicidad de los acontecimientos. De cómo éstos se fueran alineando de tal manera que no sobró ni faltó un segundo.
Cuando el camión cruzaba el semáforo, un taxi venía del lado contrario y quedó a la merced del camión quien embistió al automóvil en toda su parte derecha. Debido a la velocidad que llevaba el camión, arrastró algunos metros más al coche por toda la calle, hasta que el taxi encontró una pared para poder detenerse. Así fue como el camión, del segundo impacto, se hiciera a un lado y se arrastrara de lleno por todo el pavimento.
En el camión había heridos, la misma volcadura provocó que algunas personas se salieran por las ventanas, otras se golpearon en los tubos de los asientos, unos cuantos estaban prensadas y los que habían resultado ilesos ayudaban hasta donde podían. El chofer había sido el más ileso de todos.
El joven que se quedó solo en el asiento, lo único que perdió fue su celular. Los raspones que traía en su frente no impidieron que tratara de buscar a la muchacha de su predicción. Mientras más avanzaba, la gente le pedía ayuda, él lo hacía. Cuando llegó a donde se suponía estaba la joven, no encontró más que un reproductor de música en el suelo. Miraba para todos lados, recorrió el camión de atrás hacia delante, buscó debajo de los sillones y nada. Cuando terminó todo y los cuerpos de rescate invadieron el lugar, el joven preguntó por los demás pasajeros y fue cuando se dio cuenta que la muchacha había sido uno de los que se extraviaron. Ella había salido disparada por una ventana y quedó estrellado en el pavimento. Su cuerpo quedó inerte, todo aquello sucedió debido a que se golpeó primero con el cristal, segundo, las fracturas que sufrió cuando chocó con el pavimento y tercero una pequeña agonía de verse desangrar sin recibir ayuda. El joven quería verla pero el cuerpo de la muchacha estaba cubierto por una bolsa que pertenecía al servicio médico forense.
En el taxi parecía no haber mucho movimiento. La peor parte se la habían llevado ellos. La gente que pasaba por el lugar trataba de darles auxilio.
Lo mismo hacían en el camión, pero era más difícil ya que se encontraba de lado.
El chofer fue el primero en sacar a una señora del camión, se la colocó en sus hombros y escaló hasta salir. Afuera, varios curiosos entraron para hacer lo mismo. El chofer se quedó un rato sentado en la calle y miraba todo el caos que se había formado. Fue a observar qué o a quién había impactado, ya que con lo rápido de lo ocurrido no le dio tiempo de ver nada. Más atrás estaba un taxi estrellado con un muro de una casa. El chofer se acercó y vio a las victimas del taxi. Una de ellas estaba inconciente, a otra se le desprendían ciertos tejidos que no tenían forma. Cuando el chofer se dio cuenta de lo qué era, no pudo soltar ese grito que se le había enmudecido en la garganta.
―Ay, por favor, señor, ya no aguanto el dolor. Si pudiera ir más rápido.
―Hago todo lo que puedo señora.
―Tranquila comadre, ya estamos por llegar.
―Ay, sí, Mari, pero ya no aguanto, siento que voy a estallar aquí mismo.
El taxi esquivaba varios carros y se le adelantaba a otros. Cuando tu comadre habló a la central, les dijo que por favor mandaran al chofer más veloz y al que estuviera más cerca.
Lo que te había atacado no era un simple dolor y sabías que no era uno de simulacro. No, esos eran los terribles dolores de parto y en ese preciso momento estabas a escasos minutos de dar a luz. Te aguantaste demasiado en tu casa, hasta que no pudiste. Por suerte tu comadre te encontró en el camino. El dolor era tan incesante. Cuando el chofer escuchó esos gritos redobló el paso y aceleró todo lo que pudo su Tsuru.
Tus gritos cesaron cuando aquel camión, que viste en una fracción de segundo, impactó al taxi en el que ibas y… lo demás, lo demás ya lo sabemos.
Para que te quede más claro, te informo que las victimas fallecieron de la siguiente manera: el conductor fue el último que murió, permaneciendo dos días en el hospital y ahí un derrame cerebral terminó con él. Tu comadre, murió en ese mismo instante que su cuerpo quedó prensado con la pared y los metales del automóvil. Y tú, seguiste sufriendo más de lo que ya venías, en ese trayecto desde el lugar del accidente hasta el hospital. La verdad no sé en que momento moriste; quizá ni tú misma alcanzaste a registrar tus últimos segundos… porque ¿Sabrá un cuerpo cuándo se deja de existir? No lo sé, sólo tú me pudieras responder. Lo que seguro no sabes, es que ese producto que llevabas en tu interior, lamento decirte que también murió. ¿Él habrá sabido que existió siquiera? Existió en tu vientre, pero ¿En este mundo? Bueno… basta. Lo único que puedo desearte es un ―sonará irónico― feliz viaje.
Después de haber cerrado sesión, apagó su computadora. Antes de eso ya se había despidió por enésima vez de su novio:
Pau dice:
Hasta mañana, mi vida, cuídateme mucho. Y has todo lo posible por regresarte, si?
I need your lovin' like the sunshine dice:
Claro, chiquita, todo es cuestión de tiempo nomás. Ya falta menos, preciosa. Tú también cuídate bastante. Te amo, corazón.
Pau dice:
Bye…Yo te amooooo más.
I need your lovin' like the sunshine dice:
Adiós.
Pau, acomodó las cosas que iba a utilizar al día siguiente para el trabajo y se acostó.
Ella tenía que quedarse. Él tuvo que irse, le habían diagnosticado un tumor que le evolucionó en una hernia mal cuidada. Se fue un domingo solamente a consultar: “No te apures, para el martes ya estoy por acá.” Ese mismo martes lo estaban metiendo al quirófano. La operación salió bien, lo que le alargó el reposó fue la infección que sufrió su herida.
Mientras tanto, su novia, estaba sola en una ciudad que no conocía, con gente a la que apenas le hablaba y sin el apoyo de su familia.
―Sí te quieres ir a estudiar con Fernando, necesitas casarte con él.
―Ay, por favor mamá. Con o sin el apoyo de ustedes yo me voy a ir a estudiar con él, ¿okey? Ya estoy lo suficientemente grande. Nos vemos.
Ahora se arrepentía de ello, tenía que aguantar esa soledad y esa deriva en la que se encontraba. Había pasado otro mal día. Su único escape, era el trabajo y seguir estudiando. A veces lograba ver a su novio, pero eso sólo pasaba en sus sueños.
<
it´s me but you know I know when it´s a dream.
I think I know I mean a "yes" but is all wrong, that is
I think I disagree.
Let me take you down
down 'cos I'm going to Strawberry Fields,
nothing is real, and nothing to get hungabout
Strawberry Fields forever.>>
John Lennon
Personajes:
Paula
Fernando
Un paletero
Desconocidos que pasan por la calle
Paula de anciana.
El cielo está en bipolaridad, a la mitad nublado y la otra soleada. Calle empedrada de cualquier pueblo colonial de México. Al fondo se ven casas pintadas de colores vivos, más hacia el fondo las torres de una Catedral. Paula fuma un cigarro y mira el reloj. Entra Fernando.
Paula (Hace una mueca de enojo y se dirige a Fernando que entra a toda prisa)
― Hasta que se apareció el muchacho. Pensé que me habías dejado plantada.
Fernando (Agitado) ― El tráfico. A esta hora hay un chingo de gente queriendo dormirse.
Paula (A quien le cambia el humor y agarra de la mano a Fernando y empieza a caminar hacia el fondo del escenario) ― Mira, ¿te acuerdas de esta calle?
Fernando ― Sí, aquí fue donde nos comimos unas tunas.
Paula ― Pero si tú no comes tunas.
Fernando ― Pero tú las habías comprado.
Paula ― ¿Y qué?
Fernando ― Pues quería quedar bien.
Paula ― Hijole, ya te voy conociendo.
Siguen caminando. Platican cosas que habían quedado pendientes la cita pasada. Se alejan poco a poco. De un plano nuevo se ve que vienen de frente. Van hacia Catedral.
Paula ― No me digas que vamos a Catedral.
Fernando ―¿Qué tiene de malo?
Paula ― Pues que tú eres ateo y yo no soy católica.
Fernando (Fernando se detiene y vacía sus bolsillos, de ellos salen dos palomillas blancas) ― Pero , pos… ¿a dónde más vámos? No traigo dinero.
Paula (Hace una mueca. Se rasca la cabeza. Cada vez que se rasca le cambia el color del cabello: rojo, negro, rubio, verde, morado, castaño, color arcoiris) ― No, sé…
Fernando (Está entretenido con el cabello de Paula) ― ¡Ése! ¡Déjate ése! El color arcoiris.
Paula (Sorprendida) ―¿De qué estás hablando?
Fernando ― De tu cabello.
Paula ― No, amor, déjate de eso ¿A dónde vamos?
Fernando ―No sé, no sé. (Se rasca la cabeza y mira su cabello. Sigue igual de negro.)
Paula ― Mira, un paletero. Ven, amor, corre, cómprame una paleta. (Paula cruza la calle y deja a Fernando del otro lado.) ¿De qué sabor tiene, señor?
Paletero ― De la que quiera, señorita.
Paula (Voltea a ver si viene Fernando y no ve a nadie del otro lado. Piensa que le está jugando una broma.) ― Me da una de fresa eterna.
El señor le da su paleta de fresa eterna y espera que le pague. Paula, sigue sin ver a Fernando. Ella pide disculpas y va a regresar la paleta. Voltea con el paletero, pero desaparece. Le da una mordida a su paleta y desaparece. Lo que hay en su mano son doscientas hormigas negras. Se las quita, espantadísima.
De pronto la calle es otra. Es de noche. Paula está perdida. No encuentra a nadie. Está detenida. La gente pasa a su lado y caminan rápido. Ella, les habla y nadie le hace caso.
Paula ― Disculpen… señores… oiga… (Decide caminar y buscar a Fernando)
Camina dos cuadras, tres, cinco, siete, quince. Ve un teléfono, Se acuerda que no tiene monedas y se regresa. Se le acerca un desconocido y Paula lo detiene.
Paula ― Señor… perdón que lo moleste, pero ¿qué calle es esta? (El desconocido la observa de arriba abajo y se aleja. Paula, sigue buscando y a todos cuestiona.)
Camina más y sus pies poco a poco se van cansando. Sus zapatos se destrozan, sus ropas roídas, su cabello encanece. El sol sale y se esconde. Los edificios caen. A su cara le salen arrugas. Su piel ennegrece. Paula en ese extravío, pierde la juventud. Cae al suelo, se acomoda y espera. El tiempo no encuentra lugar donde sentarse y empieza a correr.
Paula ― Oiga, ¿no tendrá una limosnita para esta pobre ancianita? Es que
necesito hablar a mi casa o hablarle a mi novio para que venga por mí.
Nadie le hace caso… nadie…Cae una vez más la noche y empieza a llover. Paula se mueve de ahí. Pasa por un cristal enorme. Se detiene y ve su reflejo. Se palpa su cara sus cabellos.
Paula ― No puede ser… ¿Ésta soy yo? Pero… ¿Qué me ha pasado? (El reflejo de Paula, con cara siniestra le responde en voz baja) “Sí, ésta eres tú, mírate en lo que te has convertido, en una pobre vieja sucia, fea e inútil y así te vas a quedar por todo el resto de tus días…” (Y el reflejó se echa carcajada en pequeños susurros, como si tosiera.) Oh… no por Dios… ¿Qué ocurre? (El reflejo de Paula) “¿En verdad quieres saber qué ocurre? Bien querida, este será el último sueño que tendrás, saliendo de aquí vas a tomar el otro, el que no tiene regreso… y así como me estás viendo es lo más cercano de cómo pudiste haber sido… (El reflejo se va desvaneciendo junto con una risa más enloquecedora y asmática.)
El más grande regalo, está vertido aquí. Por simple que parezca este correo, lleva en su raíz la parte más esencial del universo. Los dioses te han favorecido y te prometen que para el día en el que llegues a cerrar, un tu vida, un ciclo más, te otorgarán el celestial regalo. Sólo tendrás que rezar el mantra Jai guru deva om, las noches antes del tu día.
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Hoy era su cumpleaños y estaba convencido que iba a encontrarla.
Salió temprano de su casa y se dirigió al centro de la ciudad. Se sentó la mitad de la tarde en una banca. Ese parecía el lugar más indicado. Una de la tarde, dos, tres, cuatro y veía pasar gente que no cumplía con esas características. Cuando estaba cansado de esperar apareció alguien similar a su predicción. Fue tras ella. La joven se metió a una tienda, él también. No podía verla bien debido a que la muchacha se movía demasiado. Él no quería aparenta tanta obviedad. No había cómo hacerle para captar la imagen de aquella mujer. Fue entonces que se le ocurrió usar su celular. Aparentó como si hiciera una llamada, pero antes activó la cámara. Se le fue acercando y ella quedaba plasmada en ese instante digital. Se acercaba más y sin darse cuenta la muchacha volteó y tropezó con él.
―Discúlpeme, señor, pero no lo vi. Soy una tonta.
Todo iba tan bien, sólo que la joven tenía una dentadura demasiado perfecta.
Samuel, no dijo una sola palabra, recogió su celular y se retiró de ahí.
Cuando despertaste soportaste las primeras contracciones. Pasó la mañana y no te negaste a los labores del hogar: tender la cama, barrer, trapear, sacar la basura, ir por la comida y dejar lista la lavadora. Traías los dolores mientras hacías todo eso, pero no querías alarmar a nadie.
El teléfono sonó. Era tu esposo quien no iba ir a comer debido a que tenía mucho trabajo. Pensaste que seguro ya tenía pactada una cita con otra mujer. No le dabas mucha importancia porque siempre pensabas en eso, no había momento que no desconfiaras de él.
Comiste sola. Terminaste y te recostaste un poco, sin darte cuenta te dormiste.
El sueño que tenías no era muy visible, pero en él sentías ese dolor que cuando despertaste seguía ahí. Estabas desesperada. Caminaste por tu casa. Tomaste pastillas para dolor, inhalabas y exhalabas puñados de aire y nada te quitaba aquella picadura.
Saliste a caminar un poco a la calle para ver si se aminoraba, pero parecía todo lo contrario. Encendiste la televisión. Volviste a cerrar los ojos, no tanto por el sueño si no por el dolor. Creíste haber escuchado los lamentos de un bebé. “No puede ser, ya está por venir.” Ibas al hospital, pero antes te bañaste. Preparaste algo de ropa para cuando salieras del hospital. Ya estabas dispuesta a salir de tu casa, pero no le habías avisado a nadie. Tenías que avisarle, anduviera donde anduviera debía saberlo. Marcaste y para colmo no te contestó.
Se despertó alterada por su sueño, pero sabía que se trataba de eso, un sueño. Mientras se vestía, trataba de recordar que estaba extraviada y esperaba a Fernando. Que después la dejaba, que tenía miedo porque no hallaba a nadie y que se convirtió en una viejecilla.
Le ganó una ligera sonrisa cuando se peinaba frente al espejo. “¿Yo, una vieja fea y sucia? Por favor.” La vanidad de la joven hizo que el sueño le fuera pareciendo absurdo, una vez pensado eso le iba tomando menos importancia y lo alejaba de su cabeza.
Terminó de arreglarse, tomó sus cosas y salió. Había empezado a dar clases en un colegio, aún no había comprado un automóvil así que tenía que tomar el transporte público.
Llegó el camión. Abordó. Se sentó en un asiento de en medio, debido a que el camión venía semivacío. Miraba su entorno, el cual era como en todos los transportes públicos, aburrido. Se pegó a la ventana y sacó de su mochila un dispositivo de música. Programó algunas canciones ―Para ser más claros Paula, seleccionó a la banda Explosions In The Sky con: A song for our fathers, la canción le recordaba tanto a su familia a la que extrañaba.― Se colocó unos audífonos y salió un rato a dar un paseo, mientra iba en su asiento.
La canción seguía cuando abrió los ojos, debido a que el camión se frenó. Paula, sabía bien que el camión iba a subir pasaje. Volvió a cerrarlos. Continuó el camino. Cuando le tocaron el hombro para traerla de vuelta, Paula jamás volvió a cerrarlos en todo el trayecto.
―Disculpe señorita… ¿No tendrá una limosnita para esta pobre anciana? Es que necesito hablar a mi casa o hablarle a mi novio para que venga por mí.
La anciana que le pedía la limosna a Paula, era ella misma. Era la misma Paula tal y como la se había soñado en esa madrugada. Era un fragmento de sueño colocado de mal modo en su realidad. Las ropas, la cabellara canosa, la piel ennegrecida, todo. Paula seguía viendo a la ancianita y pensó que aún estaba en aquel sueño, pero no, aquello ya no era un sueño; aquello era un último aviso de su realidad. Era el inicio de lo inevitable.
Paula, no contestó nada. La anciana no hizo y se siguió al otro asiento. Paula la siguió con la vista. La señora terminó de mendigar y se sentó. El camión se detuvo. La señora iba a bajar. Paula, volvió a verla y la viejecita también. Ambas se miraron. Cuando la señora iba a descender le lanzó un beso con la mano a Paula quien seguía sin creer lo ocurrido.
Fue difícil dar con la capilla; primero porque no conocía la ciudad y segundo porque esas funerarias tenían bastantes sucursales. Cuando pasó supo que era ahí debido a la gran cantidad de jóvenes que se encontraban afuera. “Aquí es, por fin te encontré, amor mío.”
Samuel llevaba consigo un arreglo floral tan grande como hermoso y preguntó por…
―Disculpen dónde están velando a Paula, a Paula Guillermina Jáuregui Hernández.
Después del accidente, Samuel había preguntado la joven, no sabía su nombre. Le preguntó a uno de los paramédicos por Luisa, al fin y al cabo ellos tampoco la conocían. Él la describió y ellos lo condujeron a donde estaba el cadáver. Pidieron que la reconociera y fue cuando Samuel por primera vez vio aquél bello rostro cubierto de sangre y raspones. Al instante supo que era la indicada. La había encontrado, la predicción era cierta y estaba a punto de que su universo estallara, pero el de ella no podía hacerlo, se había convertido en polvo de estrellas. El joven pasó su mano por la cara de Paula, llevó sus dedos hacia su boca y la abrió, claro, estaba seguro que traía brackets. Cuando le preguntaron que sí él era algo de la joven, Samuel respondió con lágrimas en los ojos: “Yo era su novio, nos íbamos a casar.”
Samuel se fue en la ambulancia que llevaba el cuerpo de Paula. Le entregaron las pertenencias de la muchacha. Sacó del bolso algunas credenciales y vio su nombre:
―¡Paula, Paula, Paula, Paula, Paula! ―Dijo Samuel con tanta insistencia.
―¿Se siente bien, joven? ―Preguntó un paramédico que venía junto a él.
―Así se llamaba… Paula.
―A ver. ¿Qué no me había dicho que se llamaba Luisa?
Samuel informó a la familia de Paula, ellos salieron para aquella ciudad. Cuando arribaron al lugar, Samuel había desaparecido. Los familiares quedaron inquietos por no saber quién les había avisado. Ahora ese joven, esa voz por fin se mostraba en el funeral.
―En la sala tres. ―Contestó una muchacha que se parecía a Paula.
―Muchas gracias. ―Respondió Samuel.
―Perdón… ¿Tú fuiste amigo de mi hermana?
―Sssí… íbamos juntos en la facultad.
―Entonces, ¿Vienes desde Zacatecas?
Samuel ya no quiso responder más a las preguntas y se alejó de ahí. Por un momento sintió que iba a responder mal a una de ellas y terminarían por descubrirlo.
Entró a la sala tres y fue a donde se encontraba el féretro. La sentía tan cerca: “Aquí estoy, vida mía, como el universo quiso que estuviéramos, juntos por siempre.” Samuel era un muerto, uno de los que pasan su vida en agonía y esperan el momento indicado para terminar de morir. Cuando vio a Paula en esa bolsa negra, supo que le había llegado su turno.
La hermana de Paula avisó a su mamá la llegada del joven. La familia quería saber sí había sido él quien les avisó. Quien también quería saber lo que ocurría era el novio de Paula.
La señora se acercó a Samuel, éste no dejaba de ver a Paula y lloraba calladamente.
―Perdóneme que lo interrumpa joven, pero quisiera quitarle unos minutos de su tiempo, es que necesito hablar con usted.
Samuel, supo de qué se trataba. Se dio la vuelta, secó sus lágrimas y veía en frente de él a la señora, a un señor, a dos jóvenes más y a un muchacho que se apoyaba en un bastón.
―Todo lo que sea para la familia de mi Paula.
Beto, terminó su turno, pero en la central le dijeron que su relevo estaba enfermo, que si quería seguirse al segundo turno. Dijo que sí, ya que ahora necesitaba el dinero.
Estaba por terminar con el turno de la tarde. Se fijó en su reloj y marcaban las ocho treinta y cinco. “Una media oreja más.” Llegó a subir pasaje y timbró su celular.
―Sí… bueno.
―“Beto, viejo.”
―¿Qué pasó, vieja?
―“Pos te marqué ahorita y no contéstate ¿qué hacías?”
―Pos ando jalando, ahorita porque estoy subiendo gente. ¿Qué pasó? ¿Cómo andas? ¿Te sientes bien?
―“Ay… no, no me siento bien. Ya voy pál hospital viejo. Te estoy hablando del teléfono de Mari. Toda la tarde me la pasé mal. Vamos en un sitio, y te hablaba pá que cuando acabaras te vayas al seguro. ¿Si?”
―Ay, viejarra, pobre de ti. Pero… no te apures, mujer. Qué bueno que la comadre va contigo. Nomás acabo el turno y me pelo pá allá. ¿Verdad?
―“Sí viejo, acá te espero.”
―Bueno, tranquila, viejita.
―“Sí…adiós, Beto.”
―Adiós.