La con / secuencia de un asalto
Néstor Adame Santos
Néstor Adame Santos
“Esto no es una ciudad
porque aquí el perro y la
zorra son los inspectores.”
porque aquí el perro y la
zorra son los inspectores.”
Proverbio sumerio.
Doña Cleta acababa de dejar las puertas de abiertas, para que se pudiera colar el aire y así la ropa que estaba lavando quedara totalmente seca. La señora era la portera de esa antigua vecindad, en la que no pasaban cosas mayores; hasta esa mañana, cuando vio a aquellos dos hombres entrar a toda prisa a la vecindad. Uno de ellos llevaba su camisa manchada de sangre que le brotaba de alguna herida superior, el otro le ayudaba a mantenerse en pie y también era victima de las abundantes manchas rojas que su compinche le había dejado. Los dos ya estaban en el zaguán del vecindario y sin pedir permiso, fueron al lavadero que momentos antes ocupaba doña Cleta ―quien se había quedado inmóvil por la intromisión de estos tipos. Uno nunca sabe qué es lo que la sangre traiga consigo― se limpiaban las manchas de sangre que les quedaba por todo el cuerpo. Los sospechosos empezaron a recriminarse algunos detalles que no habían resuelto.
―“Sí, agüevo, no hay pedo, compadre, mi amigo el poli está arreglado.” ¡Verdad cabrón! Puro pinche pedo el tuyo, ¿No que no nos iba a pasar nada? ¿Eh? Todos estos años y nunca has aprendió a amarrar un buen atraco. No vales madre, maestro, ya ves cómo me jodieron.
―No, no me vengas a chingar, todo estaba arreglado, tú mismo lo viste, nomás que siempre te quieres lucir y hacer pendejadas que no están planeadas. Por eso nos chingaron. Por eso te pasó lo que te pasó, por fantoche.
―¿Y ahora qué? ¿Pá dónde arrancamos? Yo necesito que me vea un doctor, no puedo ir tan lejos con este agujerote que tengo.
―Sí, tú, ¿Y que nos tuerzan los negros cuando te vea el doctor? ¿Qué te empiecen a preguntar hasta el nombre de tu perro? ¿Qué te saquen toda la sopa y me des en la madre a mí? ¿Qué me metan otra vez al bote? No, cabrón, eso sí que no. Ahora se aguanta, por pendejo. Ahorita te hago un amarre en ese cariñito que te hicieron, nos repartimos la ganancia y fuga. Era como habíamos quedado, ¿qué no?
―No seas hijo de la chingada, Brujo… yo tengo que…
―¡Ni madres, cabrón, ya te dije! ¡Te aguantas y punto! Aparte, tú fuiste el que empezó todo el desmadre.
―No es cierto, qué no te diste cuenta que tu “amigo” el pinche chota, aventó el primer plomazo, yo lo que hice fue de pura inercia.
―Pero, cabrón, ya te había dicho que ese no era el plan, el poli estaba de nuestro lado, el fuscaso fue parte del show, como tú dijiste, no tenías que armarla de pedo, era las señal para correr. Y ahora ya son dos pedos: uno el atraco y el otro el José, ojala y no se lo haya cargado el payaso. Por eso ni madre que voy al hospital.
―¿Sí eso lo que te duele verdad, cabrón? El puto del José.
―Ya no sigas chingando y a ver, déjame te veo la herida.
―Mira mi Brujo, lo que me encontré. Un revolver calibre 36, me lo van a prestar, pá la misión y aparte anda cargada de plomo pá quien nos quiera dar guerra.
―No hace falta una madre de esas. Ya te dije que no la vamos a usar. Ni mucho menos nos van a dar guerra, siempre quieres hacer tus pendejadas. Acuérdate que yo me encargo de todo, tú nomás vas de bulto.
―No, tampoco mames, sin mí no te aventarías el trabajo, si fui yo el que te trajo nuevamente a las andadas, ¿Qué no te acuerdas, compi?
Oscar era el encargado de la utilería en todos los trabajos que hacía con el Brujo, aunque las herramientas para su trabajo no eran más que: pasamontañas, guantes, mochilas, chaquetas negras, navajas multiusos y esta vez había dado el su mayor paso, adquirió una pistola. Mientras el viejo Brujo, era el ex convicto que trazaba los asuntos y planes de los trabajos. Él decía: “Mira a esa señora hablando por celular, no le dio limosna a la viejita, se ve que tiene lana, pero se ve que es cabrona, a ella no. Ahora checa a la doña aquella, no se ve que traiga mucho dinero en su bolsa, pero se me hace que no la hace de pedo. ¡Sobres de ella!” Él elegía los trabajos y los trabajados.
Pero esta vez el Brujo había sido más exigente, y no era para menos, ya que los dos compañeros habían tenido una buena racha asaltando transeúntes, ancianos, empacadores y una que otra tienda nocturna. Adquiriendo en todo esto un botín un tanto miserable. Eran buenos en su labor, pero les hacía falta presas con más solvencia económica.
―Ya estoy hasta la madre de andar asaltando cerillos, Brujo, ¿tú, no?
―Sí, esos pinches lepes no son buen negocio. Traigo una trampa desde un rato atrás, pero no sé si se haga. Tengo que checarlo bien con un contacto que ando trabajando
―¿Y, qué es, tú?
―Después te digo. Vamos a darnos una vuelta por “El Chamacas.”
―¿Por “El Chamacas”? Que fea maña la tuya de ir ahí.
Los territorios que frecuentaban esta pareja, eran lugares coherentes a sus costumbres. Visitaban cantinas de mala facha, prostíbulos que parecían arenas de box, salones de baile tropical y uno que otro bar de travestis. Fue precisamente en un bar como tal que el Brujo conoció a una excéntrica persona llamado Jeisy, quien por las noches era una despampanante pelirroja con piernas torneadas y cara de prostituta vieja. Pero en el día era José, un mal encarado guardia de seguridad de una prestigiosa joyería que se ubicaba en el centro comercial sur de la ciudad.
―¿Entonces qué onda, chula? ¿Cómo ves lo que te dije? Por la lana no te apures, vamos por partes iguales―Le dijo el Brujo al travesti que acompañaba a los dos futuros asaltantes en una mesa del bar.
―Es un buen plan, pero yo no tengo nada qué ver con el guardia de la entrada principal. Mejor por qué no entrar al centro comercial, se hacen pendejos un rato por ahí, van al baño y yo, Brujito, te mando un mensaje cuando el guardia de la entrada se descuide. Siempre deja el puesto un rato, no sé a qué horas ni cómo pero siempre se distrae.
―¿Y por qué no lo invitas a que te venga a ver acá, le das unos mamelucos, como al Brujo, y lo convences de que no se de chanza? ―Dijo Oscar en un tono sarcástico, ya que él siempre se mostraba molesto cada vez que frecuentaban el lugar.
―¿Está celosa tu muñeca, Brujo? ―Mencionó Jeisy quien tenía más habilidad y fuerza que Oscar.
―Tranquilos los dos, cabrones. Vamos a trabajar juntos y no quiero pedos. Bueno, como tú dices me parece, entonces, ¿estamos de acuerdo que así sea?
Oscar interrumpió: ―Solamente un detalle no me queda muy claro. ¿Qué no se verá muy actuado que entremos a la joyería, le damos un cachazo en la cabeza a la reina, después se va a donde le gusta, al suelo. En eso yo amenazó a la gente con la pistola, y tu Brujo recoges la mercancía. Salimos del lugar, sin pedo y se acabó? ¿Qué no se ve muy fácil?
―Pues así es como lo planee, Oscar, fácil.
―Pero, si a la dama aquí presente, le proporcionan su equipo de defensa, ¿Por qué no defenderse? ¿Por qué no abrir fuego?
―¡Esto es un pinche asalto, culeros. Todos al suelo, al primero que se quiera pasar de tostado me lo chingo. Al suelo marrana, tírate al suelo y deja de estar berreando! ―Oscar gritaba y se desenvolvía con una claridad tan nata en todo lo que estaba haciendo. Amenazaba a las personas, golpeaba algunas, les gritaba con violencia, la cual había quedado demostrada momentos antes con el cachazo en la cabeza que le había propinado a José, ―¡Chinga tu madre, maricón!― quien fingía estar inconsciente, pero en verdad sí se dolía del golpe. El Brujo quebraba las vitrinas de la joyería con un tubo y mezclaba los metales con el vidrio, ya que todo esto iba a parar a una enorme mochila que traía consigo. No dejó ningún aparador sin quebrar, y cuándo no le cupo más a su maleta, poco a poco se acercaba a su compañero, para dejar el lugar.
Cuando los policías observaron los videos que fueron captados por la cámara de seguridad del local, sólo pudieron detectar a dos tipos vestidos de negros con pasamontañas del mismo color. En el video se observaba cómo los ladrones amedrentaban a los clientes y empleados que se cruzaban por su camino. Después de 44 segundos que fue lo que transcurrió el atraco, los asaltantes se acercaban lentamente a la puerta de salida, pero fue en ese momento que el guardia, vuelve en sí, saca su pistola y dispara dos veces hacia adelante. La casualidad fue que sólo un disparo alcanzó su cometido y otro salió a la nada, debido a la cercanía con la que se encontraban ―Policía y ladrones― no daba ángulo para poder preparar un nuevo disparo. El ratero que traía consigo la pistola sí pudo dispararle al guardián quien se encontraba recostado en el suelo. El impacto fue tan consistente que dejó desangrándose hasta la muerte al guardia. Lo último que se pudo observar en el video fueron a los secuaces escapando, mal heridos, del lugar.
Doña Cleta había preparado vendas y gasas, para que cubrieran la herida de Oscar, la cual había sido lavada y desinfectada. Oscar seguía perdiendo sangre, pero lo reconfortó ver el alcohol y las vendas que doña Cleta les proporcionó.
―Andeles, muchachos, ya llegó su taxi.
―Muchas gracias por todo, Cleta. Usted no vio nada y no sabe nada. Adiós. ―El Brujo abrió su mochila y le entregó un par de metales a la señora que se mostraba fascinada por el regalo.― Una última cosa, no se ponga nada ni venda nada dentro de un rato, ya que pase un tiempo lo hace, pero mientras no.
Oscar se despidió con una breve mueca y ayudado por su amigo, salieron de la vecindad, subieron al carro e irían a tomarse unas merecidas vacaciones.
Doña Cleta acababa de dejar las puertas de abiertas, para que se pudiera colar el aire y así la ropa que estaba lavando quedara totalmente seca. La señora era la portera de esa antigua vecindad, en la que no pasaban cosas mayores; hasta esa mañana, cuando vio a aquellos dos hombres entrar a toda prisa a la vecindad. Uno de ellos llevaba su camisa manchada de sangre que le brotaba de alguna herida superior, el otro le ayudaba a mantenerse en pie y también era victima de las abundantes manchas rojas que su compinche le había dejado. Los dos ya estaban en el zaguán del vecindario y sin pedir permiso, fueron al lavadero que momentos antes ocupaba doña Cleta ―quien se había quedado inmóvil por la intromisión de estos tipos. Uno nunca sabe qué es lo que la sangre traiga consigo― se limpiaban las manchas de sangre que les quedaba por todo el cuerpo. Los sospechosos empezaron a recriminarse algunos detalles que no habían resuelto.
―“Sí, agüevo, no hay pedo, compadre, mi amigo el poli está arreglado.” ¡Verdad cabrón! Puro pinche pedo el tuyo, ¿No que no nos iba a pasar nada? ¿Eh? Todos estos años y nunca has aprendió a amarrar un buen atraco. No vales madre, maestro, ya ves cómo me jodieron.
―No, no me vengas a chingar, todo estaba arreglado, tú mismo lo viste, nomás que siempre te quieres lucir y hacer pendejadas que no están planeadas. Por eso nos chingaron. Por eso te pasó lo que te pasó, por fantoche.
―¿Y ahora qué? ¿Pá dónde arrancamos? Yo necesito que me vea un doctor, no puedo ir tan lejos con este agujerote que tengo.
―Sí, tú, ¿Y que nos tuerzan los negros cuando te vea el doctor? ¿Qué te empiecen a preguntar hasta el nombre de tu perro? ¿Qué te saquen toda la sopa y me des en la madre a mí? ¿Qué me metan otra vez al bote? No, cabrón, eso sí que no. Ahora se aguanta, por pendejo. Ahorita te hago un amarre en ese cariñito que te hicieron, nos repartimos la ganancia y fuga. Era como habíamos quedado, ¿qué no?
―No seas hijo de la chingada, Brujo… yo tengo que…
―¡Ni madres, cabrón, ya te dije! ¡Te aguantas y punto! Aparte, tú fuiste el que empezó todo el desmadre.
―No es cierto, qué no te diste cuenta que tu “amigo” el pinche chota, aventó el primer plomazo, yo lo que hice fue de pura inercia.
―Pero, cabrón, ya te había dicho que ese no era el plan, el poli estaba de nuestro lado, el fuscaso fue parte del show, como tú dijiste, no tenías que armarla de pedo, era las señal para correr. Y ahora ya son dos pedos: uno el atraco y el otro el José, ojala y no se lo haya cargado el payaso. Por eso ni madre que voy al hospital.
―¿Sí eso lo que te duele verdad, cabrón? El puto del José.
―Ya no sigas chingando y a ver, déjame te veo la herida.
―Mira mi Brujo, lo que me encontré. Un revolver calibre 36, me lo van a prestar, pá la misión y aparte anda cargada de plomo pá quien nos quiera dar guerra.
―No hace falta una madre de esas. Ya te dije que no la vamos a usar. Ni mucho menos nos van a dar guerra, siempre quieres hacer tus pendejadas. Acuérdate que yo me encargo de todo, tú nomás vas de bulto.
―No, tampoco mames, sin mí no te aventarías el trabajo, si fui yo el que te trajo nuevamente a las andadas, ¿Qué no te acuerdas, compi?
Oscar era el encargado de la utilería en todos los trabajos que hacía con el Brujo, aunque las herramientas para su trabajo no eran más que: pasamontañas, guantes, mochilas, chaquetas negras, navajas multiusos y esta vez había dado el su mayor paso, adquirió una pistola. Mientras el viejo Brujo, era el ex convicto que trazaba los asuntos y planes de los trabajos. Él decía: “Mira a esa señora hablando por celular, no le dio limosna a la viejita, se ve que tiene lana, pero se ve que es cabrona, a ella no. Ahora checa a la doña aquella, no se ve que traiga mucho dinero en su bolsa, pero se me hace que no la hace de pedo. ¡Sobres de ella!” Él elegía los trabajos y los trabajados.
Pero esta vez el Brujo había sido más exigente, y no era para menos, ya que los dos compañeros habían tenido una buena racha asaltando transeúntes, ancianos, empacadores y una que otra tienda nocturna. Adquiriendo en todo esto un botín un tanto miserable. Eran buenos en su labor, pero les hacía falta presas con más solvencia económica.
―Ya estoy hasta la madre de andar asaltando cerillos, Brujo, ¿tú, no?
―Sí, esos pinches lepes no son buen negocio. Traigo una trampa desde un rato atrás, pero no sé si se haga. Tengo que checarlo bien con un contacto que ando trabajando
―¿Y, qué es, tú?
―Después te digo. Vamos a darnos una vuelta por “El Chamacas.”
―¿Por “El Chamacas”? Que fea maña la tuya de ir ahí.
Los territorios que frecuentaban esta pareja, eran lugares coherentes a sus costumbres. Visitaban cantinas de mala facha, prostíbulos que parecían arenas de box, salones de baile tropical y uno que otro bar de travestis. Fue precisamente en un bar como tal que el Brujo conoció a una excéntrica persona llamado Jeisy, quien por las noches era una despampanante pelirroja con piernas torneadas y cara de prostituta vieja. Pero en el día era José, un mal encarado guardia de seguridad de una prestigiosa joyería que se ubicaba en el centro comercial sur de la ciudad.
―¿Entonces qué onda, chula? ¿Cómo ves lo que te dije? Por la lana no te apures, vamos por partes iguales―Le dijo el Brujo al travesti que acompañaba a los dos futuros asaltantes en una mesa del bar.
―Es un buen plan, pero yo no tengo nada qué ver con el guardia de la entrada principal. Mejor por qué no entrar al centro comercial, se hacen pendejos un rato por ahí, van al baño y yo, Brujito, te mando un mensaje cuando el guardia de la entrada se descuide. Siempre deja el puesto un rato, no sé a qué horas ni cómo pero siempre se distrae.
―¿Y por qué no lo invitas a que te venga a ver acá, le das unos mamelucos, como al Brujo, y lo convences de que no se de chanza? ―Dijo Oscar en un tono sarcástico, ya que él siempre se mostraba molesto cada vez que frecuentaban el lugar.
―¿Está celosa tu muñeca, Brujo? ―Mencionó Jeisy quien tenía más habilidad y fuerza que Oscar.
―Tranquilos los dos, cabrones. Vamos a trabajar juntos y no quiero pedos. Bueno, como tú dices me parece, entonces, ¿estamos de acuerdo que así sea?
Oscar interrumpió: ―Solamente un detalle no me queda muy claro. ¿Qué no se verá muy actuado que entremos a la joyería, le damos un cachazo en la cabeza a la reina, después se va a donde le gusta, al suelo. En eso yo amenazó a la gente con la pistola, y tu Brujo recoges la mercancía. Salimos del lugar, sin pedo y se acabó? ¿Qué no se ve muy fácil?
―Pues así es como lo planee, Oscar, fácil.
―Pero, si a la dama aquí presente, le proporcionan su equipo de defensa, ¿Por qué no defenderse? ¿Por qué no abrir fuego?
―¡Esto es un pinche asalto, culeros. Todos al suelo, al primero que se quiera pasar de tostado me lo chingo. Al suelo marrana, tírate al suelo y deja de estar berreando! ―Oscar gritaba y se desenvolvía con una claridad tan nata en todo lo que estaba haciendo. Amenazaba a las personas, golpeaba algunas, les gritaba con violencia, la cual había quedado demostrada momentos antes con el cachazo en la cabeza que le había propinado a José, ―¡Chinga tu madre, maricón!― quien fingía estar inconsciente, pero en verdad sí se dolía del golpe. El Brujo quebraba las vitrinas de la joyería con un tubo y mezclaba los metales con el vidrio, ya que todo esto iba a parar a una enorme mochila que traía consigo. No dejó ningún aparador sin quebrar, y cuándo no le cupo más a su maleta, poco a poco se acercaba a su compañero, para dejar el lugar.
Cuando los policías observaron los videos que fueron captados por la cámara de seguridad del local, sólo pudieron detectar a dos tipos vestidos de negros con pasamontañas del mismo color. En el video se observaba cómo los ladrones amedrentaban a los clientes y empleados que se cruzaban por su camino. Después de 44 segundos que fue lo que transcurrió el atraco, los asaltantes se acercaban lentamente a la puerta de salida, pero fue en ese momento que el guardia, vuelve en sí, saca su pistola y dispara dos veces hacia adelante. La casualidad fue que sólo un disparo alcanzó su cometido y otro salió a la nada, debido a la cercanía con la que se encontraban ―Policía y ladrones― no daba ángulo para poder preparar un nuevo disparo. El ratero que traía consigo la pistola sí pudo dispararle al guardián quien se encontraba recostado en el suelo. El impacto fue tan consistente que dejó desangrándose hasta la muerte al guardia. Lo último que se pudo observar en el video fueron a los secuaces escapando, mal heridos, del lugar.
Doña Cleta había preparado vendas y gasas, para que cubrieran la herida de Oscar, la cual había sido lavada y desinfectada. Oscar seguía perdiendo sangre, pero lo reconfortó ver el alcohol y las vendas que doña Cleta les proporcionó.
―Andeles, muchachos, ya llegó su taxi.
―Muchas gracias por todo, Cleta. Usted no vio nada y no sabe nada. Adiós. ―El Brujo abrió su mochila y le entregó un par de metales a la señora que se mostraba fascinada por el regalo.― Una última cosa, no se ponga nada ni venda nada dentro de un rato, ya que pase un tiempo lo hace, pero mientras no.
Oscar se despidió con una breve mueca y ayudado por su amigo, salieron de la vecindad, subieron al carro e irían a tomarse unas merecidas vacaciones.